El alzacuello

OPINIÓN

02 mar 2004 . Actualizado a las 06:00 h.

EL OTRO DÍA, un amigo, poco católico, con el que pasaba por una calle compostelana, dijo con cierta sorpresa: «¡Mira, un cura joven con alzacuello!». Me pareció una expresión un tanto curiosa, porque no conocíamos de nada a aquella persona y el detonante de la sorpresa sólo era el alzacuello, de ahí que mi respuesta fue inmediata: -Si no llevase alzacuello no sabríamos que es un sacerdote. -Pues yo creo que todos debíamos saber cuándo nos cruzamos con un cura- fue su razonamiento final. Pienso que tenía razón. Estoy seguro de que a mucha gente, católicos o no, le gustaría que los sacerdotes usaran más el uniforme o traje previsto en las normas de la Iglesia Católica, porque, de esa forma, la sociedad en su conjunto tendría una visión más real y exacta de su existencia. A mucha gente le gustaría que los sacerdotes mostraran más su presencia en sociedad, que se vieran orgullosos de su condición, de su misión, de su disposición hacia los demás, del servicio que hacen a la sociedad. A mucha gente le gustaría una presencia más visible de los sacerdotes en las calles, convencidos de que su identificación generaría tantos beneficios que superarían con mucho a los posibles riesgos de falta de respeto a que podrían estar sometidos por parte de algunos tolerantes . A mucha gente le gustaría tener la oportunidad de animar a los curas a que se muestren como son, les gustaría agradecerles su manifestación pública de disposición a los demás con la utilización más frecuente del alzacuello y del traje oscuro; les gustaría agradecerles toda una vida de servicio a tantos que siguen ejerciendo sin jubilación. Pero también se lo agradecerían porque estarían elegantes, sin tener que preocuparse de ir conjuntados o a la moda. Mucha gente está convencida que una mayor identificación de los sacerdotes en nuestras calles supondría una manifestación de optimismo, porque se vería que no son tan pocos, que son muy presentables, y muchos acudirían a ellos, no sólo para exigirles una limosna como hacen los mendigos, sino para pedirles consejo, desahogar inquietudes o temores. Mucha gente está convencida de que esta mayor identificación también despertaría alguna buena inquietud entre los jóvenes y movería a otros a seguir el ejemplo. Se podría generar un efecto muestra muy animante en una sociedad tan consumista y contaminante.