Otro talante

| ARTURO MANEIRO |

OPINIÓN

13 abr 2004 . Actualizado a las 07:00 h.

ES LA PALABRA o la descripción del momento político que vivimos. Nos movemos con otro talante. Lo dicen todas las fuerzas políticas minoritarias que describen órbitas geoestacionarias alrededor del PSOE; con la excepción del PP, que está en otra órbita, como es lógico. Otro talante es lo que también afirma de sí mismo el PSOE. Habla con todos, escucha a todos, en todos despierta esperanzas, todos están convencidos de que Zapatero escucha, promete y muestra comprensión con las metas y aspiraciones políticas de los nacionalistas catalanes, radicales o no, los nacionalistas vascos, los nacionalistas monorepresentantivos aragoneses, los nacionalistas duorepresentativos del BNG, los del conglomerado de Llamazares, los isleños de Canarias. Todos ven un nuevo talante, más diálogo. Se les consulta, se les tiene en cuenta, se les pide su opinión. Hasta ahora, todos han conseguido alto tangible en el reparto de puestos del Congreso y del Senado. Visto así, da la impresión de que hemos entrado en una fase nueva, no la tercera fase, pero sí una fase distinta. No hay mayoría absoluta. Ha caído, como la gran Babilonia de que nos habla el Apocalipsis, y de la caída surge el diálogo. Manuel Marín, veterano parlamentario y comisario europeo, ha desenterrado el consenso. Ahora el Congreso será otra cosa, habrá otro talante, nadie impondrá criterios, nadie moverá el rodillo. Cuanto más avanzamos en esta realidad, más nos convencemos de la nueva etapa. Estamos ante una obra maestra de la comunicación que convierte en realidad aquello de hacer de la necesidad virtud. Esto es exactamente lo que han logrado el presidente electo español José Luis Rodríguez y su equipo formado por Rubalcaba, Blanco y Caldera. El concepto diálogo o la expresión otro talante no es otra cosa que la necesidad vital, imperiosa, inevitable de conseguir acompañantes para la sesión de investidura. El aspirante a presidente no tiene más remedio que hablar, prometer, comprender, dar esperanzas a otros partidos minoritarios si quiere gobernar con un mínimo de tranquilidad. Rodríguez Zapatero sabe que no puede hacer otra cosa que dialogar, transaccionar o intercambiar con otros. Él sabe, y casi todos saben, que esto no es fruto de una virtud que atacó de repente a la mayor parte de la clase política, sino la más pura de las necesidades. Él sabe, y los demás saben, que las muestras de adhesión o apoyo al nuevo talante y al nuevo panorama político no son fruto de la generosidad y desprendimiento de las cosas materiales que viven los partidos minoritarios, sino que se basan en la esperanza de una mejor cosecha. Es muy probable que todo este clima político no sea más que una sesión de fuegos artificiales propios de la primavera: mucha luz, mucho color, pero muy breve, sólo destellos. El tiempo puede hacer que todo ello se consolide como una realidad política nueva o que acaben siendo tan sólo fuegos fatuos en una cerrada noche cualquiera.