Salud mental

| ARTURO MANEIRO |

OPINIÓN

27 abr 2004 . Actualizado a las 07:00 h.

EN ESTA SOCIEDAD paradójica que nos ha tocado vivir existe cada vez más sensibilidad social ante los medios de comunicación, más sensibilidad por la forma de tratar las realidades sociales, los grupos, los colectivos, las tendencias, las religiones distintas de la católica, las razas, las etnias, las profesiones y las enfermedades. En esto, como en otras muchas realidades, los humanos no nos libramos de nuestra tendencia contradictoria: somos cada vez más sensibles ante las formas de tratar las realidades, pero al mismo tiempo aumenta nuestra capacidad de hacer daño y nuestros métodos violentos demuestran mayor eficacia. Por eso es muy reconfortante comprobar cómo crece el número de movimientos sociales que no se conforman con lo establecido, que se atreven a proponer reformas para que no se hable o se escriba de manera irreflexiva, despectiva, molesta sobre los inmigrantes que llegan a España de forma ilegal o clandestina, sobre las enfermedades, sobre las tendencias sexuales o sobre el color de la piel. Es una sensibilidad que demuestra salud social, evidencia que hay respuesta ante estímulos, que no es un cuerpo muerto. Y una muestra de todo ello es el esfuerzo realizado por las Asociaciones de familiares de enfermos mentales de España y de Galicia al proponer y publicar una guía de estilo para que los medios de comunicación utilicen las palabras con sentido, quizás con la esperanza de que si los medios usan bien las palabras también los ciudadanos acabaremos hablando bien a la hora de referirnos a las enfermedades mentales. Por eso tiene razón, y deberíamos hacerle caso, cuando nos advierten de que los enfermos mentales, reales, que viven con nosotros o cerca de nosotros, se sienten ofendidos y quizás desmoralizados cuando utilizamos de forma ofensiva las referencias a la enfermedad mental para descalificar a un ciudadano, tales como trastornado, perturbado, psicópata, loco, esquizofrénico, depresivo, maníaco, anoréxico, psicótico. Al utilizar estos términos de forma ofensiva para personas que no padecen estas enfermedades se descalifica a los verdaderamente enfermos y se les estigmatiza. Lo mismo nos sucede cuando relacionamos directamente la violencia con la salud mental, sabiendo que hay muchos más los sanos violentos que los enfermos mentales agresivos. Incluso cuando se habla de personas diagnosticadas con trastornos mentales se nos pide por favor que nos refiramos a ellas como «persona con enfermedad mental», con «problemas de salud mental», «persona que tiene esquizofrenia», «persona con depresión». A mí me ha parecido una advertencia oportuna porque nos llama la atención sobre un problema real y porque nos da la oportunidad de reflexionar sobre una enfermedad invisible que afecta a personas que conviven con nosotros, que merecen nuestro respeto y consideración.