DE LLEGAR a tener vigencia la propuesta del director general de Tráfico de penalizar nuevas conductas de tráfico, resultará que tendré un amigo que es una persona del montón, como la mayoría de los ciudadanos, casado, con hijos, asalariado que cumple con sus obligaciones laborales y fiscales, futbolero¿ qué sé yo; es de esos que dicen que no se meten nunca en líos, o al menos eso creía él. Hace unos meses mi amigo tenía una comida de despedida de un compañero de trabajo y bebió, con moderación, pero bebió unos cinco vinos, y al acabar, sin percatarse, cogió su coche y condujo para su casa. A unos cien metros de su destino, una patrulla de la policía local lo paró, aleatoriamente, y lo sometió a un control de alcoholemia que dio positivo, 1,1 gramos de alcohol por litro de sangre. Total, que la cosa acabó en juicio, en condena a seis meses de prisión y retirada del carné de conducir durante doce meses y en un coste de mil euros entre abogado y procurador. De nada le sirvió alegar que iba perfectamente, lo que aseveraron los municipales, pues la pena se le puso porque objetivamente así lo determina el Código Penal. Pero bueno, por ser la primera vez, le suspendieron el cumplimiento de la condena de seis meses de cárcel. Doce meses después mi amigo salió otra noche de cena y claro, con lo visto, no bebió. Pero para llegar a su casa desde el pueblo limítrofe donde estaba el restaurante, hubo de pasar por una zona peatonal con limitación de 30 kilómetros por hora. Mi amigo, como no vio a nadie, dada la hora, no desaceleró y continuó tan campante a 90. La sorpresa surgió cuando, detrás de la esquina, agentes de Tráfico lo pararon. De ahí al juzgado, nuevo juicio y repetición de lo anterior, esta vez con condena a un año de cárcel, por exceder en 60 kilómetros por hora la velocidad permitida. El problema vino después. Por reincidir lo obligan a cumplir la pena anterior de seis meses y la nueva de un año. Total, año y medio de cárcel que transforma a mi amigo de ser un buen ciudadano en delincuente al que le espera la prisión. Y no sólo eso, por ser condenado lo despidieron del trabajo y se puso en crisis su matrimonio, su economía y su salud psíquica, pues entró en depresión profunda de sólo pensar en la convivencia que le esperaba. Del Código Penal se dice que es la Constitución negativa, en donde se recoge lo que no se puede hacer. Y también se dice que se persigue aquello que está por debajo del mínimo ético que la sociedad entiende como conductas estándar. Pero mi amigo no entiende nada de eso, dice machaconamente que no ha hecho nada, que no puso en peligro la vida de nadie, que es cierto que se equivocó, pero que le pongan una multa, que le quiten el carné, lo que quieran, pero que, por favor, no lo metan en la cárcel. Pasa el tiempo y poco a poco mi amigo ya lo va entendiendo todo, acepta lo malvado de su conducta y admite que es un enemigo del pueblo que debe ser castigado, aunque por lo bajini está pensando en peregrinar a Lourdes a ver si la cosa tiene solución.