LA SEXTA república que formó la antigua Yugoslavia de los tiempos de Tito ha decidido la independencia, por un escaso margen de 5,4% sobre los que querían continuar como estaban. Sus 600.000 habitantes -la quinta parte de la población gallega- tendrán ahora que asumir sus riesgos en solitario. Con un territorio de 13.812 kilómetros cuadrados, algo menos de la mitad de Galicia, ya no podrán echar la culpa de sus problemas a Serbia, con la que desde hace cien años comparten cultura y religión. Ahora pasan a ocupar el puesto 47 de la larga lista de naciones europeas. El optimismo político con que se vendió a los montenegrinos la idea de que «ya podemos entrar en las organizaciones euroatlánticas» es ilusoria. Pronto se van a convencer de la cruda realidad. Han dejado a Serbia con sus problemas, Mladic, Kosovo y su orgullo eslavo. Pero si se observa el mapa, con la separación de Montenegro, Serbia se ha quedado sin salidas al mar Adriático. Una Serbia aislada al estilo de Bolivia, y con el problema de Kosovo todavía latente, puede resultar un volcán a punto de estallar, porque ese territorio es sagrado para los serbios que están allí en minoría. La comunidad internacional ha tomado a Kosovo bajo su protección, pero es una patata caliente. Los musulmanes kosovares de origen albanés quieren imponer su independencia precisamente apoyados por los europeos. Montenegro tiene a su favor que la moneda ya es el euro, lo que facilita el desarrollo económico y comercial, utilizando la costa adriática que comparte con Croacia y Macedonia, repúblicas ex yugoslavas en lista de espera para incorporarse a la Unión Europea. Ya veremos en qué se queda esto de abrir nuevas fronteras, porque a más fronteras, más conflictos. Ahí está el caso de Timor Este, en donde hace cuatro años celebraba su independencia y ahora andan a tiros.