LA HUMANIDAD, tal como hoy existe, se ha ido modelando a base de impulsos y retrocesos. Hay momentos decisivos y de progreso, algunos de los cuales el escritor austríaco Stefan Zweig recogió en su optimista libro Momentos estelares de la humanidad . Me imagino, pues casos abundan, que se habrá escrito, y mucho, de los momentos abominables. Por desgracia no es difícil. Uno de ellos nos concierne en la actualidad. Ha dicho Blair, a regañadientes y probablemente sin querer, que lo que pasa en Irak es un desastre; y ciertamente así debe de ser porque muy mal tiene que estar la situación cuando él, corresponsable de lo que sucede, lo afirma. A mí su afirmación me parece cínica. Y eso porque creo que el problema no está en Irak, al menos el problema sustantivo, sino en la decisión que en su día Bush y sus aliados tomaron de imponer una guerra eufemísticamente llamada preventiva. Parece con ello que Blair sigue defendiendo la intervención, y que sólo su desarrollo la empaña. Un momento estelar de la humanidad es aquél en que la ley, realizada democráticamente, supone la máxima expresión de una sociedad política. Un momento estelar se produce cuando la razón se impone a la fuerza, cuando la maquiavélica razón de Estado se supedita a la legalidad. Un momento abominable es invadir un país de forma discrecional y arbitraria, ocuparlo y propiciar un enfrentamiento civil sin final. Un momento abominable es usar la fuerza como elemento definitivo. Creíamos que los momentos estelares de la humanidad, la fe en el desarrollo humano, habían de llevarnos a un cuerpo doctrinal de entendimiento común. Pero estábamos equivocados. Hoy Blair y Bush, probablemente a causa de las encuestas, se duelen de no haber tenido éxito. No lamentan la decisión inicial. No ponen en cuestión su derecho de intervenir, y aún buscan, como si fuera el Eldorado justificativo, armas destructivas inexistentes. Los momentos abominables, al igual que los estelares, tienen consecuencias, y éstas no sólo destruyen lo tan arduamente construido, sino que crean virus que impiden la convivencia. Y algunos de esos virus, de efectos retardados, son difíciles de combatir. Uno ya, el silencio de los corderos del mundo occidental y desarrollado incapaz de poner e imponer sentido común.