Goliat contra David

OPINIÓN

24 mar 2007 . Actualizado a las 06:00 h.

EL RESPETO de un pueblo hacia los otros pueblos, de un Estado hacia los demás, el asentamiento del concepto de soberanía territorial, han sido un camino penoso de recorrer y largo en el tiempo. Han pasado siglos de invasiones, de pirateos, de saqueos; de imponer el valor de la fuerza sobre cualquier otro derecho. Y ese larguísimo recorrido parecía que había llegado a su meta en el mundo occidental -democrático- que además se esforzaban en exportar el producto recomendándolo como el bálsamo de fierabrás para la convivencia entre los pueblos y el desarrollo humano. En la cúspide del sistema, y como mantenedor de éste y vigía, se había insertado un órgano permanente -las Naciones Unidas-, con poderes para excepcionar la intervención contra un tercero cuando causas de fuerza muy mayor y convivencia universal así lo aconsejaba. Añadiendo que fuera de esa decisión no tendría sitio el conflicto. Esa era la teoría y práctica de los grandes Estados, de los Estados que forman el núcleo duro de la civilización. Pero el sistema, con tanta dificultad creado, ha fallado estrepitosamente cuando unos dirigentes irrazonables la han quebrado. La invasión de Irak por parte de, fundamentalmente, Estados Unidos, es la prueba incontestable de la vuelta a tiempos atrás, del triunfo de la barbarie sobre la razón. De un desastre en toda regla que no sabemos hasta dónde llegará. Sin parafrasear a nadie, se podría decir que no es peor que un crimen, es un crimen y un error, cometido y protagonizado por los más aventajados de la clase, aquéllos que deberían servir de referencia para todos los pueblos emergentes. ¿Y los otros Estados? El silencio de los corderos; nadie de entre los de su entorno se atreve a decirles algo ni a exhortar a Naciones Unidas que pare la guerra. Lo único positivo en este trance son las voces de francotiradores, bien cualificados, que ven adecuada la intervención de tribunales internacionales para exigir responsabilidades a los que han invadido e invaden. La propuesta, si bien difícil de llevar adelante, no deja de ser atractiva: la civilización y el respeto de los derechos humanos por encima de la fuerza de los Estados. Serían los David contra los Goliat, y eso sólo tuvo un final favorable en la leyenda. En la realidad, los fuertes imponen su justicia, que en este caso es la de la justificación de la destrucción, la guerra civil y la muerte en cualquier esquina, sin molestarse en pedir perdón, en rectificar y en responder ante el mundo entero de lo que han hecho. Y es más: es muy posible que lo peor esté por llegar. Han transcurrido cuatro años y nadie puede predecir cuánto tiempo seguirá imponiéndose la ignominia.