Con el atentado contra la cúpula militar del régimen de Bashar el Asad se ha puesto de manifiesto que el esfuerzo de Rusia por evitar lo inevitable, es decir, la caída del régimen de Damasco, está condenado al fracaso. Moscú se ha negado a apoyar todas las iniciativas del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que manifestaran el más mínimo atisbo de intervención en Siria, mientras seguía suministrando equipo y material militar a Damasco, convencido de que El Asad lograría recuperar el control del país y aplastar la rebelión que amenaza con privarle del único aliado que le queda en Oriente Próximo.
El triunfo de los rebeldes en esta guerra civil, a la que nadie quiere llamar por su nombre, parece cada vez más posible; un triunfo que aún tardará en llegar y que será muy costoso en vidas humanas, pero lo habrán obtenido a pulso los propios sirios.