Cuando son cada vez más las voces que se alzan preguntando por qué la ONU no dudó en intervenir en Libia, boicoteando el poderío aéreo y el suministro de armas a Gadafi, pero, sin embargo, no se pone de acuerdo siquiera en establecer un corredor humanitario y la exclusión aérea en Siria, el temido efecto contagio de esta guerra civil a los países vecinos es una realidad. Desde los bombardeos de Turquía, en represalia por los misiles sirios que caen en su territorio, hasta la crisis humana que los cientos de miles de refugiados sirios están provocando en Jordania, el conflicto ya ha traspasado fronteras. El coche bomba en la céntrica plaza Sasine de la zona cristiana Asharafiah de Beirut, que mató al responsable de la inteligencia libanesa, Wissam al Hassan, por haber colaborado en la detención del ministro de Información libanés, Michel Samaha, y estaba investigando el asesinato del anterior primer ministro Rafiq Hariri, se enmarca en la extensión del conflicto sirio en el Líbano. Es la calle Siria de la ciudad de Trípoli, en el norte del Líbano, la que traza la frontera entre el barrio suní de Bab al Tabanah, del alauí -de la etnia de Al Asad- Yebal Mohsen. Los libaneses llevan meses luchando contra los sirios que quieren acabar con la frágil estabilidad de su país y este atentado pondrá a prueba la voluntad de paz de los libaneses.