¿Cómo una mozuela casi analfabeta de Campo de Criptana pudo conquistar Hollywood? La respuesta quizá tenga un precedente en una novela, manchega y universal, en la que la rústica Aldonza Lorenzo se convierte en la fascinante Dulcinea del Toboso. ¿Quién convirtió a María Antonia Abad Fernández en Sara Montiel? Hay muchos candidatos a este título: el periodista y editor José Ángel Ezcurra, el ilustrador Enrique Herreros, el dramaturgo Miguel Mihura, etcétera. Pero lo cierto es que fueron su belleza, espléndida y singular, y su carácter, abierto y osado, los que desataron los nudos de su trayectoria vital y artística. Había algo exótico y subyugante en ella, y lo seguía habiendo cuando, allá por el año 1977, me la presentaron y pude hacerle unas preguntas como periodista de Efe. Hoy solo recuerdo su flamante desparpajo y su mirada turbiamente irónica, equívoca y desafiante.
Hubo un tiempo en el que Sara Montiel y Ava Gardner me parecían las diosas del mundo al que se asomaba mi adolescencia. Después, acabé inclinándome por Ava. Y finalmente ambas fueron destronadas por la inocencia y la sencillez de Natalie Wood. Pero Sara Montiel siempre permaneció en mi memoria en un sitial junto a Gary Cooper y Burt Lancaster, es decir, en la película Veracruz. Por entonces aún no sabía de sus múltiples idilios hollywoodienses. James Dean le había mostrado cómo volar en un fatal coche deportivo, Hemingway le enseñó a fumar habanos? La lista de sus maestros es interminable. Sara Montiel ponía la seducción inevitable y ellos daban lo mejor de sí. De este modo confluían sus talentos y se encendía la mecha de la mutua admiración, del deseo, del amor, de la pasión o de todo a la vez. Sara era una mujer al volante de su vida y se notaba. Siempre se notó.
Atrás quedan las películas con las que triunfó: Locura de amor (1948), Veracruz (1954), El último cuplé (1957) o La violetera (1958). Es decir, una parte -y no pequeña- de la educación sentimental española, inevitablemente estimulada por esa mirada envolvente y abductora que ahora descansa en paz (también en nuestra memoria), amén.