El espía que no surgió del frío

OPINIÓN

26 oct 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Valiéndose de una trama de 16 agencias, públicas y privadas, que funcionan con cierta autonomía, el Gobierno de los EE. UU. espía a destajo, tanto a sus potenciales y odiados enemigos como a sus adorados y sumisos aliados. Y pretextando que todas operan en red, como Internet, el pobre Obama ya no garantiza a nadie que esté libre de investigación ilegal, por lo que la UE solo podrá arreglar esto echando tierra sobre las filtraciones y mirando para otro lado.

En cuanto a la finalidad del espionaje, hay tres modalidades. A los malos los espían para mandarles drones y asesinarlos directamente, sin juicios ni comprobaciones. Y bien hacen los revoltosos si están calladitos y le dan gracias a Alá, porque merced a tanto espionaje los gendarmes del mundo solo se equivocan -y matan civiles inocentes- en la mitad de las operaciones. La otra mitad, según parece, «dan en el moro», que es como ahora se dice «dar en el blanco». A los Gobiernos democráticos y aliados, segunda modalidad, los espían para demostrar su superioridad, y para acongojarlos con hipotéticos chantajes personales. Porque los secretos de Estado ya se los cuentan nuestros dirigentes en el G8, el G20 y el G«de uno en uno». Así que el grueso del espionaje no se dirige ni a los malos ni a los poderosos, sino a la gente como usted y como yo que mueve el mundo con su trabajo.

¿Y para qué nos espían? Ellos dicen que lo hacen para protegernos del terrorismo. Pero la triste realidad es que el 80 % del espionaje americano está destinado a estrategias comerciales desleales, a robar conocimiento mediante el rastreo sistemático de los centros de investigación de todo el mundo, y a generar una situación de ansiedad que les permita ser una democracia que, si le conviene, actúa como una dictadura. Tal y como trabajamos hoy, a nadie debe caberle duda de que el espionaje genera más patentes para los Estados Unidos que el MIT, Harvard y Princeton juntos, y que, mientras se les permita seguir por esta vía, es posible que todos estemos trabajando para ellos mientras cobramos de nosotros mismos.

Y puesto que para muestra vale un botón, podemos pensar que este artículo, que yo terminé ayer a las 17.46 horas, ya lo leyó Obama a las 17.48, y que me puso un whatsapp -por si quiero escribir para él- a las 18.02, aunque usted no pudo leerme en la web hasta las 5.00 de hoy. Porque eso es el espionaje moderno: un arma letal contra la libertad, la independencia y el esfuerzo honrado de los pueblos. Y un virus que, si no se combate a tiempo, convertirá la democracia en el telón que oculta un mísero escenario. ¡Y Merkel, ajena al problema de sus propios ciudadanos, preocupada por su smartphone, como una adolescente! Sin darse cuenta de que, al lado de estos lobos, los espías que surgían del frío, vecinos de su niñez, eran unos benditos.