La sentencia del Prestige se puede resumir en la célebre frase de Iglesias Corral: «Pasou o que pasou». Lo demás es literatura. Y como pasou o que pasou, no hay más que decir, ni más que hacer, ni nada que exigir. El mayor delito -perdón, el único delito- cometido en aquella catástrofe ha sido la desobediencia de Mangouras. El barco se averió porque era de desecho, pero nadie podía prever que se rompiera tanto. Llevarlo mar adentro no fue mala solución, porque no sabemos qué ocurriría con cualquier otra decisión. Y al Gobierno se le supone que actuó de buena fe, faltaría más. Las indecisiones, las órdenes y contraórdenes, son propias de seres humanos que no quieren delinquir. Así que punto final hasta los recursos al Supremo y aquí no ha pasado nada. Solamente pasou o que pasou.
Cuando mis nietos me pidan que se lo explique, les tendré que decir que hubo una vez un petrolero que tiñó de miles y miles de toneladas de chapapote aquellas playas que ahora disfrutan; que hubo héroes marineros que salieron al mar a detener aquel veneno con sus manos; que vinieron de todas partes gentes muy buenas y voluntarias que hicieron lo que los poderes públicos tardarían años en hacer, que fue limpiar la costa palmo a palmo sin nada a cambio, solo por salvar nuestra tierra y nuestro mar; que aquel movimiento solidario fue el más emocionante del siglo, y que la historia se cerró con un epílogo, casi un epitafio, que hablaba de hilillos de plastilina.
Lo que vino después fue un largo decenio de interminable trámite judicial y el bochorno histórico: no hay culpables. Pasou o que pasou, como el huracán Hortensia, y no es cuestión de mandar a la cárcel a la mala suerte y mucho menos al temporal. Poneos en la piel del juez sentenciador y decidme: ¿qué otra cosa podía hacer? ¿Qué otra cosa podía hacer, si en el banquillo solo estaban Mangouras, el maquinista y López Sors? ¿Qué otra cosa podía hacer, si nadie llevó a juicio ni a la empresa propietaria del desecho, ni a nadie que se haga cargo de los daños, ni a ningún responsable político y a los responsables políticos se les supone buena fe?
Así queda para la historia la verdad judicial del mayor desastre ecológico producido directamente por la impericia humana. Así queda la verdad judicial, quién sabe si condicionada (no quiero decir manipulada) por poderosas presiones políticas. Frente a ella se alza la verdad popular, hoy sumida en la decepción y con otro grave motivo de desconfianza en los poderes públicos. A mis nietos les diré que se ha dictado sentencia, sí; pero no la que corresponde a un desastre del que solo nos salvaron los voluntarios. Es la sentencia que corresponde únicamente a unos hilillos como de plastilina.