El golpe de Estado de julio del 2013, por el cual el Ejército egipcio expulsó a Mursi de la presidencia, desmantelando la organización de los Hermanos Musulmanes, muchos de cuyos miembros acaban de ser condenados a muerte, no solo supuso un drástico cambio de Gobierno del país de los faraones, sino quizás el primer embate a las aspiraciones políticas de los islamistas en el Magreb y Oriente Próximo.
La actuación del Ejército egipcio, interpretada como una vulneración del sistema democrático, se planteó como imprescindible ante la deriva económica, política y social de Mursi y por la incapacidad de frenar el avance terrorista en la frontera con Gaza. El cierre de los túneles por los que se trapicheaba con todo tipo de mercancías y la suspensión del apoyo económico de Egipto ha estrangulado la economía de Gaza. El colapso económico trajo la incapacidad de Hamás para pagar salarios y un paulatino declive del apoyo de la población. En Cisjordania, Abu Mazem, incapaz de ofrecer alternativas, vive las últimas horas previas al reconocimiento del enésimo fracaso negociador con Israel. Necesitados de un golpe de efecto, Abu Mazem por al Fatah e Ismail Haniya por Hamás han anunciado un acuerdo para un Gobierno de unidad y elecciones el año que viene tras siete años de enfrentamientos. Israel no ha tardado en comunicar su rechazo y la imposible negociación con un grupo terrorista como Hamás. Tres años después del despertar árabe, volvemos atrás aunque quizás solo sea para coger impulso.