¿Cuándo caduca un político?

Laureano López
Laureano López CAMPO DE BATALLA

OPINIÓN

17 ago 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Sabemos, o más bien sabíamos, cuándo caduca un yogur. Pero ¿cuándo caduca un político?, ¿cuál es su vida útil? En democracia su duración vendría marcada por unas papeletas que los ciudadanos depositan en las urnas. El político que gana intenta cumplir su programa y finalizar con mayor o menor dignidad su etapa; el que pierde pasa a la oposición, o se va para su casa. El que es funcionario regresará, entonces, a su puesto; el abogado montará un bufete; el carnicero, una carnicería, y el que no tenía oficio... deberá buscárselo. El problema es que en este país esta ecuación natural solo se cumple en casos excepcionales. Aquí, el político derrotado en las urnas acaba muchas veces encontrando sustento en refugios (han acabado siendo esto) para digerir las derrotas de una forma más dulce: ahí están el Senado, las diputaciones o el Parlamento Europeo para confirmarlo. Ya se ha convertido en norma encontrarnos al candidato vencido pasando a mejor vida en una delegación territorial, una subsecretaría o cualquier otro de los miles de chiringuitos cuya única función es agradecer al leal-miembro-del-partido los servicios prestados. ¿Prestados a quién? Así pasa lo que pasa, y lo que pasa es, como contó La Voz hace unos días, que, y solo es un ejemplo, cerca de 250 políticos gallegos suman casi 5.500 años en cargos públicos. He aquí la regeneración de la política. Las mismas caras en otros despachos. Por supuesto, no hay que deshacerse por sistema de los políticos veteranos. Muchas veces la experiencia es un grado, o más. Existen casos -basta recordar a Winston Churchill- enormes en todos los sentidos. Pero es malísimo para la democracia, y para la percepción que los ciudadanos tienen de la cosa pública, que muchísimos de los que empezaron con la ambición de servir a los ciudadanos hayan acabado convirtiendo la política en nada más que su medio de vida. Hoy son legión. Y digan lo que digan, pues mandan los hechos, a ninguno de ellos, ni a los aparatos políticos de este país, se les pasa por la cabeza cambiar las cosas.