La mayoría de los comentarios, excepción hecha de parte de la oposición en el exilio, especialmente la afincada en EE.UU., son positivos en relación a la recuperación de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Norteamérica. Tras más de 50 años de guerra fría y diversos enfrentamientos, esta enemistad histórica parece que llega a su fin. Y digo que parece porque las buenas intenciones de Obama pueden no tener un resultado efectivo si el Congreso y el Senado, de mayoría republicana a partir de enero, no aprueban el levantamiento del embargo comercial, el verdadero caballo de batalla de esta pelea.
Pasada la euforia por la noticia e iniciada la valoración reposada, no solo del acontecimiento en sí, sino de su pasado y su futuro, puede que este gesto tenga un simbolismo que va más allá de desbloquear una pequeña isla caribeña, sin grandes intereses económicos, salvo el turismo, los puros y el alto nivel cultural de sus ciudadanos. En España no deberíamos olvidar el alto coste que esta isla tuvo para nuestros bisabuelos, tanto para los que fueron obligados a luchar allí en 1898 iniciando el principio del fin del declive del «Imperio», como los que fueron expulsados con lo puesto, tras décadas de duro trabajo, como consecuencia de la revolución castrista.
Pero además, tampoco deberíamos pasar por alto otras cuestiones relacionadas: el desmantelamiento de Guantánamo, verdadera pesadilla para Obama, el acorralamiento de Maduro en Venezuela, la consolidación de Estados Unidos como primera potencial mundial, con la reciente bajada de los precios del crudo, y el cambio de ciclo histórico, por el cual dejamos atrás la guerra fría para afrontar la guerra contra la yihad.