Vivimos momentos intelectualmente delicados. Demasiada gente se ha cansado de escuchar a los que saben, tal vez porque ya no les gusta lo que dicen, y prefieren prestar oídos a charlatanes y botarates de uno u otro signo. Así se explica el éxito de tantos zascandiles que comercializan con éxito sus mercancías averiadas.
Y no me refiero a esos secundarios que van de reyes del mambo y no alcanzan a tanto ni en eso. No. Aludo directamente a los que van por la vida atacándolo todo y reivindicando un mundo nuevo sobre el que nada saben. A veces se definen como anti, seguros de que con eso ya basta. Pero cuando uno escarba, solo encuentra un agujero repleto de desdén y resentimiento. Es obvio que tienen derecho a existir y manifestarse, pero también cabe exigirles más responsabilidad e imaginación, y asimismo más rigor en sus propuestas.
Hay un hecho cierto, y es que los líderes de hogaño parecen haber perdido el resuello intelectual ante la crisis sufrida. El pensamiento aparece socialmente debilitado y demodé, sin que asome el talento capaz de vigorizarlo. Pero esto no justifica un relevo en el que se impongan aquellos que simplemente van de demoledores de todo lo que ignoran.
Y no lo digo con acritud o desprecio, porque los comprendo. Sé que tienen sus razones, aunque no sean razones lo que nos ofrezcan. Estar contra todo es una actitud legítima, siempre que sus sostenedores no se lleven por delante aquello que nos permite vivir y manifestarnos en libertad y en contra de todo lo que rechazamos o no nos gusta.
Personalmente, valoro el humor crítico y la conciencia solidaria que preside muchas protestas. Pero echo en falta algunos discursos coherentes y realistas que nos permitan entender las vías alternativas que supuestamente alientan.
Lo dijo Albert Camus: «Cada vez que un hombre es encadenado en el mundo, nosotros estamos encadenados a él, porque la libertad debe ser para todos o para nadie». Y añadió algo muy revelador: «Con la rebelión nace la conciencia». Por eso es tan importante que el contenido del discurso sea posible, justo y eficaz.
Las protestas deberían partir de un conocimiento virtuoso de la realidad desde el que poder atajar toda desesperación social.