La paradoja de la generación Z: «Vivo con mi madre para hacer un colchón y poder comprarme una casa»

YES

A la generación «millennial» la crisis del 2008 les tumbó parte de sus sueños laborales. Con el paro en mínimos históricos, el problema de los jóvenes se sitúa ahora en la vivienda
16 sep 2025 . Actualizado a las 18:20 h.Si a la generación millennial la crisis del 2008 le tumbó parte de sus sueños laborales, a los Z es el problema de la vivienda el que les impide avanzar en cuestiones tan básicas como volar del nido. Álex Carrás habla con YES el mismo día que inició su andadura en un nuevo trabajo. Con 25 años, este graduado en ADE bilingüe con un máster en Finanzas no tiene problemas en crecer en un mundo plagadito de oportunidades en cuestiones de empleo. Sin embargo, por «sensatez» elige continuar viviendo en el hogar familiar. «Prefiero ir haciéndome un colchón a base de ahorros para poder comprarme una casa más adelante que vivir de alquiler porque, entre otras cosas, los precios están imposibles. Respecto a los salarios, se han disparado».
En su nueva compañía hace labores de contable fiscal y otras tantas tareas que hacen que su puesto se llame Tax & Accounting Specialist —«en inglés suena mejor», dice mientras se ríe, tras intentar averiguar qué pondría en un currículo en castellano—. Está feliz porque él buscó esta mejora, y tras un mes tanteando otras empresas, finalmente eligió una corporación que le permite desarrollarse como profesional y donde, además, ha conseguido una mejora salarial «importante».
Como él, explica que su círculo más cercano también tiene trabajo, aunque matiza que algunos allegados de su edad que son ingenieros o químicos, se dedican de momento al sector de la hostelería. Y de hecho añade: «Sabemos muy bien que la situación ideal no existe y somos muy precavidos por eso». Con todo, la paradoja se cuenta sola cuando Álex apunta: «Aunque trabajamos, casi ninguno está independizado. Es muy difícil, por no decir imposible en las ciudades. Solo los que viven en zonas más pequeñas».
De naturaleza optimista, cuenta que dentro de diez años, cuando aún esté en esa dulce treintena que él ve lejana, se imagina «siendo muy feliz» habiendo conseguido todos sus objetivos y, claro, teniendo su propia casa... «Quizás me paso creyendo que va a suceder, pero pienso que parte de la solución es tener cabeza e ir con cuidado. Si ahora tengo que vivir con mi madre, no pasa nada, estoy bien. Lo que me preocupa es que la gente de mi edad vea o tenga el futuro más negro».
Uxía, Bea y Jéssica: «Con 24 anos e tendo traballo seguimos vivindo como estudantes; é imposible vivir soas»
Estas tres jóvenes empezaron a compartir piso desde que iniciaron sus estudios universitarios a los 18. Las tres tienen un puesto de trabajo en Santiago, pero continúan viviendo de la misma manera porque el salario no les da para más
CARMEN FERREIRO / S.F.
Trabajar y compartir piso es una realidad para la mayoría de jóvenes graduados, especialmente para aquellos que están recién aterrizados en el mundo laboral. Jéssica, Uxía y Bea, a sus 24 años, comparten piso en Santiago. Una es farmacéutica, la otra, estudiante de doctorado, y la tercera, becaria en el Parlamento de Galicia. Las dos primeras son de Vilalba, y Bea, de Muras. Las dos primeras se conocieron y se hicieron muy buenas amigas en el instituto de la capital chairega, y desde que iniciaron la vida universitaria han vivido juntas. Desde este año Bea se unió al piso que Uxía y Jéssica ya compartían.
«O terceiro compañeiro sempre foi rotando, pero nós non nos separamos desde o primeiro ano de universidade», dice Uxía. Los primeros cinco años vivían juntas mientras estudiaban sus carreras. Uxía la de Biotecnología, y Jéssica, la de Farmacia. Aunque ahora las tres ya ganan un sueldo, la situación las sigue obligando a continuar con la misma dinámica.
«No meu caso teño que compartir piso si ou si, se non, o meu salario quedaría en nada. Ademais, se non o fixese coas miñas amigas, teríame que ir vivir a un estudio soa, algo inviable a día de hoxe. Outra opción sería mudarme coa miña parella e, probablemente, a un piso máis caro, sen renovar e con humidades, porque este está moi ben de prezo», cuenta Uxía, que lleva dos años realizando trabajos de investigación para la USC. La capital de Galicia, que es además ciudad universitaria, destaca por su escasez de viviendas, unas subidas de precios estratosféricas y el mal estado de muchos pisos. Buscar uno es una tarea compleja y, de hecho, son numerosas las colas de estudiantes que cada verano llenan las inmobiliarias.

El primer año que Jéssica y Uxía buscaron una vivienda fue el más complicado. Ellas afirman que, aunque estaban cargadas de ilusión, fue realmente estresante conseguir un buen piso: «Cansámonos de visitar as inmobiliarias ata que por fin atopamos un bastante lonxe do centro. Pasamos aí dous anos e logo tivemos a sorte de cambiarnos a un que deixaban uns coñecidos, que é no que estamos agora. Non o queremos soltar por nada do mundo!», apunta Jéssica. En su caso, el piso en el que se encuentran fue subiendo de precio cada año, pasaron de pagar 530 euros al mes a 660 euros, que es lo que pagan a día de hoy. Cada curso iban pagando 30 euros más. «É unha situación que se repite con case todos os pisos, no noso caso aínda se vai mantendo, pero sabemos de xente á que llo subiron moito máis. A maioría dos pisos de estudantes vanse pasando duns coñecidos a outros, é a única maneira de atopar algo decente», añade Uxía. Ahora ellas ya no son estudiantes, pero siguen viviendo como si lo fueran. Bea, que ha sido la última en incorporarse, confiesa que se le habría complicado mucho mudarse a Santiago, si no fuera porque sus ahora compañeras no contaran con una habitación libre. Antes de asentarse en Compostela, ella también compartía residencia en Pontevedra y la situación no se diferenciaba de la de sus amigas.
«Se es nova e estás empezando a traballar, o máis probable é que teñas un soldo baixo, entón para moitos caseiros non es o perfil que buscan, sempre van preferir a unha persoa maior. A min —e creo que falo por todas— paréceme imposible poder vivir soa en Santiago con 24 anos, xa dou por sentado que vou ter que compartir», comenta Bea. Lo dice convencida: «Non tes outra opción. A maior aspiración que podo ter é sacar a oposición para poder aforrar e pagar unha entrada para ter unha vivenda en propiedade algún día». Un pensamiento que, al igual que Bea, comparten sus compañeras: la prioridad es ahorrar lo que puedan para en un futuro hacerse con algo propio. Las tres no ven otra salida más que compartir a esta edad. «Eu é que tamén son moi feliz neste tempo de convivencia, por min estaría sempre coas miñas amigas», bromea Jéssica.
¿A qué tendríais que renunciar si no compartieseis piso? «A case todo, quedariamos sen viaxar, sen ir ao cine, eu no meu caso, tamén renunciaría ás clases de portugués ou ás clases de baile ás que imos Jessi e mais eu», dice Uxía. «E eu, ao mellor non podería facer o máster a distancia», añade Jéssica.
Su percepción sobre la vida laboral ha ido cambiando con los años, porque cuando comenzaron sus estudios la tres pensaban que estudiar una carrera les solucionaría el futuro. «Creo que todo o mundo entra na universidade coa crenza de que cando acabes entrarás nun novo mundo, pero a medida que pasan os anos, vaste dando conta de que non é ouro todo o que reloce e que o soldo co que vas saír non che vai dar para independizarte xa», indica Uxía. «Eu talvez podía imaxinar que seguiría compartindo piso, o que non sabía era con quen. Agora non podo pedir máis porque estou moi cómoda», explica Jéssica.
ENCONTRAR GENTE BUENA
Las experiencias y anécdotas en pisos de estudiantes son numerosas y estas tres jóvenes no son una excepción. Bea dice que siempre ha tenido la suerte de encontrar gente buena cuando le ha tocado compartir casa. «Vivín con meus pais ata os 18 anos, despois nunha residencia de estudantes e logo compartín dous anos con outras persoas. Saíu sempre ben», confiesa. Ella defiende que la vida en un piso compartido siempre ha sido una especie de «anarquía». Los límites nunca fueron necesarios para ninguna de las tres, la clave —dicen ellas— está en adaptarse a las otras personas y favorecer la comodidad de todos. «A facilidade de adaptarse á outra persoa é fundamental. Hai que aprender a convivir, ao fin e ao cabo, ti ves da túa casa cuns costumes e tes que saber que non todo o mundo ten que ser igual ca ti, nin facer todo da mesma maneira», defiende Uxía. A lo que añade Bea: «É cuestión de ir adaptando os estilos de vida de cada un e todo flúe máis».
Juntas han sabido formar un grupo perfecto: respetan sus espacios, se apoyan y se cuidan sin importar el día o la hora. Está claro que su visión de las cosas ha ido mudando con el tiempo. Antes iban a clases y ahora cada una tiene su respectivo trabajo con su correspondiente horario. «De estudante, cando ía a clase, chegaba con ganas de cambiar de roupa e saír de festa, pero agora chego tan cansa que só me apetece falar un anaco tranquiliña con elas ou coa xente que nos vén ver, porque tamén temos moi bos amigos en Santiago», dice Jéssica.
Coincidir de lunes a viernes a veces puede ser complicado, por eso las tres intentan cuadrar los horarios para verse en todas las cenas, pero, si no es posible de esa manera, hacen todo lo que está de su mano para pasar tiempo de calidad como amigas que son. La reciente incorporación de Bea se ha notado también en sus comidas, ella es vegana y sus compañeras innovan recetas para que todas puedan disfrutar de lo mismo. «Como nas comidas non podemos estar todas xuntas por horario, aproveitamos a cea e así contámonos o día, rimos un pouco e cada día cociña unha», cuenta Uxía mientras se levanta a remover el arroz con curry que está preparando para el día siguiente.
Las razones para vivir juntas son muchas. «No meu caso teño a sorte de estar vivindo con xente que quero, coa que estou moi a gusto e, sobre todo, coa que estou fortalecendo os meus lazos porque son as miñas amigas. Vémonos todos os días desde o bacharelato, que máis podo pedir!», comenta Beatriz. Las tres explican que vivir con más gente es otra forma de entenderlas y que igual que nos tenemos que adaptar para vivir en armonía, también debemos aprender que no siempre podemos tener razón: «Non tes que saír sempre coa túa, hai que aprender a dar o brazo a torcer. É fundamental para levarse ben».
Todos estos años han aprendido a tener paciencia y a saber que no se consigue nada callando un problema. A ellas no se les ha pasado por la cabeza volver a casa de sus padres, están bien en Santiago y quieren continuar haciendo su propio camino. «Eu xa o teño falado con meus pais, non estou en contra de volver, pero simplemente prefiro a vida de persoa independente e gústame poder organizarme a min mesma», dice Uxía.
«Chegar a casa e saber que en calquera momento podes abrir a porta da habitación da túa amiga e contar co seu apoio non ten prezo», comenta Jéssica. Para ella, que su piso compartido se sienta un hogar nace de la gente que la acompaña, y por supuesto, de una acción muy concreta: «Se podo poñer a bata e saír da miña habitación tan tranquilamente, xa é casa!». Ninguna tiene un salario suficiente para poder alquilar o comprar un piso de manera independiente, pero las tres mantienen, a los 24, una convivencia muy feliz.