Las tractoradas son la expresión de un entramado económico complejo, casi oculto, que define con bastante precisión a Galicia. Como una fuerza silente, de vez en vez, los ganaderos sacan su maquinaria a la carretera hasta tomar las ciudades para recordarnos que, aunque la mayor parte del tiempo los ignoremos, ellos están allá, en sus granjas, diseminadas en un paisaje que parece que ya solo nos sirve para solaz y no para darnos de comer, sosteniendo un sector que tiene valor económico y cultural.
Esos miles de tractores que rodean la muralla de Lugo o que colapsaron Santiago salieron, uno a uno, como piezas de una artillería pacífica, reivindicativa y dispersa que no acaba de ver los frutos a los sacrificios impuestos desde la entrada de España en la Comunidad Económica Europea. Es la respuesta de una fuerza económica diseminada que -es necesario recordarlo- da trabajo en Galicia directa o indirectamente a más de 70.000 personas, pero que carece de la capacidad de influencia en el negocio lácteo que le correspondería por su dimensión global. Además, la producción de leche, con mucha más incidencia quizás que otras actividades agrarias, contribuye a preservar la esencia de un territorio antiguo que no tiene por qué renunciar a ser moderno.
Con todo, este nuevo episodio en la recurrente crisis del sector lácteo de Galicia vuelve a poner de manifiesto la necesidad de que el propio sector de producción tome posiciones en la industria transformadora. El presidente de la Xunta comprometió ayudas económicas para proyectos que aporten valor añadido a la materia prima. Las tractoradas dan testimonio de que se hace hormiguero cuando las hormigas se juntan.