Entender a Rajoy

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

02 nov 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Entender a Rajoy no es fácil, entre otras cosas porque él no hace que sea fácil. Es algo que deberían tener en cuenta todos los que presumen de haberle tomado la medida y conocer sus propósitos y su propio futuro. Rajoy tiene la virtud de que percibe sus limitaciones, que existen y las distingue, pero que no son las que sus adversarios le atribuyen y pregonan con un entusiasmo en exceso coincidente y tal vez interesado.

Su biógrafo Graciano Palomo escribió que el actual presidente del Gobierno está convencido de que, si pudiese hablar uno a uno con cada español, obtendría un apoyo mayor y más consistente. Sabe que lo suyo no son los mítines graciosos ni los broncos, aunque los haya practicado a veces, sino aquellos que le permiten dirigirse a cada uno y contarle, como si fuese una conversación, lo que ha hecho y lo que piensa hacer. Porque Rajoy sabe que él no es un seductor de masas como lo fue alguno de sus predecesores.

En mayo del 2012, el prestigioso diario francés Le Monde lo calificaba de político «orgulloso y susceptible» (fier et ombrageux) tras oírle decir que España no solicitaría ayuda externa y que saldría de la crisis económica por sí misma. La confianza del presidente del Gobierno español le sonó al diario parisino a «gesto quijotesco», pero lo fue solo de un modo relativo al tener que acudir únicamente a un rescate bancario.

¿Es difícil entender ahora a aquel Rajoy? No. Pero las drásticas medidas que hubo de adoptar para bordear el precipicio económico tuvieron sus duras consecuencias, y en esa fuente se sacian ahora sus adversarios con habilidad y tesón. Porque el proceso, aunque necesario, fue duro e inequitativo, y conllevó gran sacrificio social. Las razones de todo esto es lo que Rajoy querría poder explicarle ahora uno por uno a cada español.

Sus rivales no debieran confiarse dando al PP por desalojado del poder. Porque esto puede suceder, pero no ha sucedido todavía. Rajoy intentará acortar las distancias con mensajes promisorios, serenos y cordiales, y tal vez grises. Está contra las cuerdas y lo sabe, pero puede reaccionar -también en Cataluña- como el político fier et ombrageux que Le Monde vio en él. Si no lo hiciera, se equivocaría, y tal vez lo pagaría en las urnas.