Adiós a Alfonso Castro

Francisco Martelo Villar TRIBUNA

OPINIÓN

16 feb 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Durante estos días no he podido con la tristeza. Intento hoy abandonarla por unos instantes para escribir estas líneas, aun sabiendo que lo que yo pueda decir nunca tendrá el valor del silencio, pero sí la intención de aproximarme a Alfonso, para que me permita en su nombre acariciar a quienes más han sufrido su marcha; sus seres queridos: Carmen y sus hijas Pitu y Marta, su familia, por la que libró una desigual batalla con la vida. Desigual porque, aun estando dotado de una incomparable inteligencia, desde joven estuvo marcado por una enfermedad progresiva muy limitante que no le permitió ser el hombre feliz que merecía ser.

Hemos sido afortunados los que le hemos conocido adolescente, al iniciar los estudios de Medicina. Desde el primer momento le señalé como el más inteligente. Tenía tiempo para estudiar, para conocer a Sartre y Camus, y para saborear los momentos de ocio compostelanos, caracterizados por la confraternización y el inicio de amistades indelebles. De sus excepcionales condiciones también se dieron cuenta los profesores, que le evaluaron con las mejores calificaciones y le situaron como número uno.

Desde la finalización de la carrera, a pesar de la omnipresente, dolorosísima e invalidante artritis, su inteligencia y su extraordinario espíritu de superación le permitieron ser líder de su profesión en nuestro país, alcanzando los más altos puestos y honores, y el máximo reconocimiento social; pero todos estos logros, en sus manos, solo fueron armas utilizadas para permitirle poner en marcha los clarividentes proyectos que mejorasen la asistencia de los enfermos. Siempre sus idolatrados pacientes cardíacos. La debilidad del corazón como órgano ayudó a Alfonso en su lucha. ¡El resto de los pacientes, incluidos los artríticos, también merecen esfuerzo y recursos! Daba igual; él priorizaba por encima de todos a los cardíacos.

A pesar de todo, olvidándose de sí mismo, brilló con luz propia dentro de una generación que ha vivido los cambios sociales y políticos que han permitido las transformaciones que en el terreno de la sanidad se han producido en España.

Él sabía que el corazón, culturalmente centro de la vida, nos enseña a entenderla desde las emociones. Alfonso era, además de cardiólogo, un humanista y su clarividencia fue un apoyo para sus amigos y compañeros, a la hora de encontrar el camino del éxito, pero utilizando precisamente el corazón para intentar superar contratiempos, fracasos y desilusiones, porque conocía muy bien el rompecabezas que suele ser la existencia para la gran mayoría de los seres humanos, principalmente los de esta tierra gallega, que arrastramos con frecuencia más incertidumbre que certezas, dudas sobre el más allá y sobre el rumbo o el sinsentido de nuestras vidas. Esta actitud, que nos sitúa en el abandono de nosotros mismos, nos emplaza en la disposición de luchar por el bien de los otros. Alfonso estaba permanentemente en esa ilusión, casi fantasía, por mejorar las cosas, colocando en un segundo plano la realidad diaria. El país lo hacen personas como él, auténticos héroes capaces de sobrevolar a los demás.

Tú, Alfonso, lo hacías todo y todo bien, y tampoco se te conoce una desobediencia ni un desacato. Habrás encontrado un camino mejor.

Has dejado en la soledad a todos los que te han querido, pero yo me quedo entre todos tus recuerdos con la ternura con que hablabas de tus nietas.

Hasta siempre.