Todo su prestigio político se fundamentaba en su parecido físico con José María Aznar. Decidido a ser un clon del amado líder, José Manuel Soria hasta se rasuraba el bigote al mismo tiempo que el esposo de Ana Botella. Por eso últimamente lucía esa extraña sombra aznariana sobre el labio superior. Luego resultaba que Soria abría la boca y en lugar del estadista para la historia salía el ministro que le puso un impuesto al sol. Es lo que tienen los clones. Aunque hay que admitir que la oveja Dolly al menos mantenía la compostura.
Cuando salió en los papeles de Panamá, Soria le encargó el argumentario de sus ruedas de prensa a un asesor sospechosamente parecido a Chiquito de la Calzada, y así contestó a las preguntas sobre sus empresas offshore con un monólogo del Club de la Comedia en el que, para aclarar el embrollo de UK Lines y Oceanic Lines, solo le faltó decir que un currante de Ikea se había dejado en el altillo de su casa una sociedad opaca con sede en la isla de Jersey.
Para demostrar una vez más que la estrategia de comunicación es el Titanic eterno del PP, José Manuel Soria dimitió ayer de ministro en funciones, que para un ministro debe de ser uno de aquellos colmos de los chistes de Jaimito de hace un siglo. Es como si esa señora de Vigo que dice que es dueña del sol renuncia de pronto a su propiedad galáctica (más que nada para no pagar la tasa que le ha puesto Soria a los fotones).
Hemos perdido un ministro, pero hemos ganado un gran humorista y showman. Ahora Soria podrá volver a los escenarios de Gran Canaria para disfrazarse de Elvis en los carnavales isleños. Tal vez esa ha sido siempre su verdadera y añorada vocación.