Decía Einstein que locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando que el resultado sea diferente. Y ese es uno de los dilemas a los que se enfrenta la sociedad española en las elecciones del próximo domingo: dar continuidad a la política económica, social y laboral de los últimos años o cambiarla. El Partido Popular es transparente en este sentido: está orgulloso de su reforma laboral, de la reducción del gasto, de su política fiscal... y por lo tanto su propuesta es continuarla durante cuatro años más. Su modelo es devaluar el salario y reducir impuestos y cotizaciones sociales en la creencia que la forma de crear empleo en España es el trabajo barato, con pocos derechos y reducida protección social. El modelo alternativo a esta estrategia de competir con salarios más bajos es el que proponen tanto el PSOE como Unidos Podemos en el conjunto del Estado, y tiene como eje central crecer sobre la demanda interna y la productividad, manteniendo el gasto público y con una reforma fiscal que aumente los ingresos del Estado.
¿Cómo se puede explicar que los ciudadanos elijan la primera opción, y por lo tanto votar al PP sabiendo sus efectos? Pues fundamentalmente por la inseguridad. Con el PP ya sabemos a qué atenernos y optar por el cambio supone incertidumbre. ¿Puede un Gobierno de cambio aplicar una política económica esencialmente diferente? ¿Le permitiría la Troika llevar adelante sus medidas? ¿Cómo reaccionaría eso que llaman mercados para referirse al poder económico de los grandes bancos y las grandes multinacionales?
Pero en tiempo de elecciones más que de economía lo relevante es hablar del comportamiento electoral de las personas, porque todos los estudios demoscópicos reflejan que son fundamentalmente las personas mayores las más influidas por el miedo a los cambios, a dejar la senda conocida a pesar de que se considere negativa. El voto conservador en España se concentra en los mayores de 65 años, en su mayoría pensionistas, y con más fuerza en los territorios menos dinámicos del país. Enfrente están las personas menores de 45 años, que trabajan o están en el paro, que viven en los ámbitos territoriales más dinámicos. Son los que más sufren el deterioro de las condiciones de vida y de trabajo, no soportan más la falta de expectativas de futuro y quieren cambiar las cosas, asumiendo los riesgos que implica cualquier cambio.
Voto conservador frente a voto de cambio. De los abuelos con pensión contra nietos con trabajo precario. De las personas que están en la fase final de una trayectoria vital -en la que en la que vivieron situaciones aún más duras que la actual- y que por lo tanto no aspiran a más de lo que ya tienen, frente a los que están construyendo su vida en un escenario de enormes dificultades. En la crisis, la gente mayor se ha corresponsabilizado con su familia e hizo de sus pensiones el principal soporte de muchos hogares en nuestro país. Este es un comportamiento ejemplar, pero insuficiente. Lo que necesitamos es una solución real para el futuro y eso pasa, necesariamente, por superar los miedos al cambio.