¿Qué lleva a un país a elegir a un especulador inmobiliario, rey de los concursos de Miss Universo, racista y machista como presidente? Pues las mismas razones que hace casi 20 años llevaron a los venezolanos a elegir a un militar golpista, que colocaron a un cómico como segunda fuerza en Italia o que hicieron que media Gran Bretaña votará a favor de dejar la UE. Los motivos no son más que el hartazgo, más bien indignación, con una clase política solo preocupada por su supervivencia; unas estrategias económicas que solo piensan en los grandes números; y unas diferencias cada vez mayores entre los que más tienen y los que menos. Porque aunque en EE. UU. el paro está en tasas prácticamente residuales, tener un empleo no garantiza dejar de ser pobres. Es el desencanto, cuando no la desesperación, lo que lleva a elegir una opción que, como Donald Trump, parece completamente descabellada.
¿Va a repetirse otro triunfo como el de Trump en un país desarrollado? Los populismos de izquierdas y de derechas, a pesar de ofrecer un discurso que no se sostiene, ya habían enseñado la patita en los últimos años (Frente Nacional en Francia, Movimiento Cinco Estrellas en Italia, Podemos en España...). Y si las actuales clases dirigentes siguen trabajando solo para garantizar su propia supervivencia; si las políticas económicas no empiezan a pensar en las personas más que en los números, y si las brechas no empiezan a reducirse, los populismos permanecerán.