Galicia, 1981: 1,91 hijos/pareja. 1986, entramos en la CE: 1,36 hijos, y el 56 % de la renta media europea. 1995-2002: menos de un hijo por pareja. Ese último año nuestra renta ya superaba el 75 % de la europea. 1998: mínimo de fecundidad, con 0,93 hijos. Desde 1992 oscilamos entre 0,9 y 1,1 hijos/pareja, al margen del ciclo económico. Llevamos casi 30 años en la terna de cola de la fecundidad europea y mundial. Si estratificamos nuestra sociedad por escalones de renta y estabilidad laboral, comprobamos que los de arriba no son mucho más prolíficos que los de abajo. Les invito a verificarlo, comparando la diferencia de hijos entre el personal de las contratas de limpieza de nuestras universidades y sus docentes fijos. Galicia es bastante menos fecunda que países del Este de Europa, que precisan varias décadas para alcanzar nuestra longevidad, renta o cualquier parámetro de éxito. Junto con Asturias, somos menos fecundos que Andalucía o Melilla, que padecen bastante más desempleo, precariedad y menor renta. Andalucía ronda 1,4 hijos y Melilla 2,4. Baviera y Austria tienen el menor paro de Europa y excelentes salarios pero, a pesar de sus generosas ayudas, su fecundidad está por debajo de la media europea (1,6). Llevamos 30 años sin querer verlo. Ahora es demasiado tarde, según expertos como W. Lutz o F. Dumont. No para mí. No podemos rendirnos. Debemos reaccionar, ya, sin excusas, sin buscar culpables, sin contar los hijos de nadie, siempre que venga a ayudar y a culminar la obra. Necesitamos voluntad. Necesitamos el espíritu de Churchill en el instante más oscuro. De de Gaulle, cuando le encomendó a Alfred Sauvy la regeneración de Francia en 1945. No tenían los mejores medios, pero emplearon lo mejor posible los medios que tenían. Necesitamos el espíritu de ese concejal del BNG de O Valadouro, que consiguió que todos los demás pactasen una ordenanza para regenerar su pueblo. Lo pido, lo ruego, lo imploro, para que Galicia reviva.