Pintamuros VIP

Carlos H. Fernández Coto PRESIDENTE DE LA ASOCIACIÓN DE DEFENSA DO PATRIMONIO GALEGO

OPINIÓN

14 ene 2019 . Actualizado a las 18:18 h.

Hubo un tiempo en el que nuestras ciudades estaban cuidadas y limpias, también de pintadas, libres de vandalismo. Algo hemos hecho mal para que hoy la situación sea diametralmente opuesta. Sin duda, la educación -tanto en casa como en la calle y en las aulas- es parte de la causa, aunque también influyen otros valores de la sociedad que se han relajado, como la responsabilidad, el esfuerzo, la autoridad o el respeto, sobre todo, por los bienes de naturaleza común, es decir, lo público.

Todos estos factores podrían considerarse generalistas, pero hay otras singularidades que hacen que no sea con la misma intensidad en todas las ciudades: el apego o el amor por el lugar, que refuerza el sentimiento de pertenencia a él, y, por tanto, a cuidarlo. Y ahí intervienen factores culturales y urbanísticos diferenciadores.

La teoría de los cristales rotos nos indica que una ciudad poco cuidada o sucia es más vulnerable frente a los vándalos, e incluso el no eliminar los desperfectos ya existentes produce un efecto llamada que hace incrementar su presencia.

El problema se incrementa en edificios patrimoniales, porque el coste de eliminar una pintada se multiplica por diez en un edificio protegido, porque los medios técnicos son excepcionales y se requieren técnicos especializados en restauración. Además, una fachada está catalogada por ser única e irreemplazable, porque perdería la autenticidad.

Pese a que el propietario de cada inmueble es el responsable del mantenimiento de sus fachadas, el coste de cualquier acto vandálico repercute en las arcas públicas, y normalmente dichos actos quedan impunes, porque no acaban apareciendo los responsables. Y no se soluciona instalando cámaras en las calles, sino atajando las causas.