Sherlock Holmes y el padre Brown son fruto de uno de los mejores géneros literarios: la intriga. Uno, intelectual y excéntrico. Otro, versión anglosajona del Padre Llanos, defensor de quienes el Papa denomina excluidos, o descartados del sistema. Sir Alec Guinness hizo tal interpretación del sacerdote católico creado por Chesterton, que una leyenda urbana cuenta que yendo por la calle, aún vestido con sotana, resultaba tan creíble que un transeúnte le pidió confesión. El actor se lo tomó tan a pecho que se convirtió al catolicismo. Seguramente Jorge Bergoglio ha leído a Conan Doyle, a Chesterton y a los mejores autores de ensayo científico sobre el cambio climático, el feminismo o el marxismo. Su cultura es amplia y su mente abierta. Demasiado para defender el dogmatismo de una Iglesia que administra una religión que en su inicio no lo fue. Las creencias, a diferencia de las evidencias, no pueden ser un dogma. Si acaso, una elección personal.
Luis Alberto Romero, historiador, considera que para ser algo en Argentina es preciso hacer un máster en peronismo, que él homologa con una franquicia. Francisco I no reniega de su militancia ni de su ascendencia italiana y humilde. Cura de barrio y Obispo, responde a la idiosincrasia de sus compatriotas, descendientes de lugares tan diversos como Centro Europa, el Mediterráneo o el Medio Oriente.
Su papado sorprendió pese a haber sido fraguado en la Conferencia Episcopal Latinoamericana de 2007 en Aparecida, Brasil. Le tocaba al nuevo continente y la Curia Romana (ubi Pontifex ibi Roma) apostó por un gran comunicador y trabajador incansable. Desde 2014 ha escrito dos encíclicas y tres exhortaciones apostólicas. Al menos dos: Laudato si y Evangelii Gaudum, podrían incorporarse a cualquier programa político de izquierdas. La primera, radicalmente ecologista y anti capitalista; la segunda, crítica con el stablishment de la curia. Casi veinte documentos más entre Cartas y Constituciones, marcan una línea de pensamiento que está siendo ferozmente rechazada por los guardianes del templo, convertidos en mercaderes.
La conspiración de cardenales como Kaspe, Burke, Viganó, Tobin y Cupich -algunos, animados tuiteros-, es un clamor. Por mucho menos hubo un cisma hace 500 años que Francisco conmemoró, en 2017, con la efigie de Lutero en un sello del Vaticano; hasta entonces, las personas así distinguidas habían sido papas reinantes, beatos o santos… Más tarde, y curándose en salud, el hábil político que tiene dentro ha dispuesto una inusitada fórmula para regular la renuncia de los titulares de cargos de designación pontificia, en una carta apostólica, que llamó Motu Proprio y tiene como fin que cardenales y demás, puedan «aprender a despedirse». Piove finezza.
Esperemos, con atención, el próximo capítulo de esta insuperable intriga vaticana.