El laberinto ferroviario atlántico

OPINIÓN

Obras en el AVE en Zamora
Obras en el AVE en Zamora VÍTOR MEJUTO

31 ene 2019 . Actualizado a las 22:19 h.

En contra de lo que ocurría en el siglo XIX, cuando los trenes mixtos tejieron la primera conexión moderna con los pueblos de España, y llenaron sus vías de estaciones y apeaderos que multiplicaron por cien la eficacia del transporte, los trenes de hoy son grandes y rápidas rutas de comunicación estratégica, que requieren muchas frecuencias y pocas paradas, y que operan sobre estaciones intermodales y puertos de mercancías capaces de conectar con las redes de proximidad y con los grandes corredores europeos. Y en esto, por duro que suene, Galicia ya no tiene remedio. Veámoslo con cuatro ejemplos que, aunque son mixtos -pasajeros y mercancías-, pueden resumir lo que les quiero decir.

Cuando el AVE esté terminado -primer ejemplo-, y Galicia esté a dos horas y media de Madrid, las ciudades de Vigo y A Coruña tendrán la mitad de trenes que Zamora. ¿Por qué? Porque en vez de trazar el AVE con entrada por Vigo, y dejar todas las ciudades atlánticas en la misma vía -como hizo Cataluña con sus cuatro capitales-, hicimos una entrada por Santiago que, además de seguir alentando el error de un desvío por Cerdedo, ni siquiera logró que los trenes de Vigo se detengan en Santiago y dupliquen la oferta de la estación más céntrica de Galicia.

Cuando se eligió la salida del AVE por Zamora -segundo caso-, en vez de elegir la ruta hacia León, Galicia perdió la conexión con la alta velocidad de Cataluña y el norte de España, y primó Zamora sobre Valladolid y Burgos. Y todo ello sin otra ventaja que la de acortar en quince minutos el viaje a Madrid, a donde están abocados -cada vez con más jubilados- todos nuestros convoyes. ¿Por qué? Por tres motivos: por pensar con los pies. Por creer que ‘más vale pájaro en mano que ciento volando’. Y porque la visión de una Galicia partida en dos áreas metroaldeanas -es decir, dos localismos que compiten entre sí, y siempre empatan- hace imposible la racional ordenación del territorio que es indispensable para que una buena y rentable red interna compense nuestro carácter periférico.

Mientras la costa mediterránea (1.289 kilómetros por carretera) estructuró la arribada de mercancías en tres superpuertos -Algeciras, Valencia y Barcelona- que sirven, con Madrid, a dos tercios de la población española, nosotros hemos apiñado cuatro puertos -Vigo, A Coruña, Ferrol y Gijón- en 450 kilómetros, que compiten entre sí por casi nada. Es el tercer ejemplo.

Y cuarto. Por más y más valientes discursos que hagamos en la barra del bar -porque el Parlamento sólo trata chicos pleitos-, Oporto y Lisboa no forman parte de nuestro negocio. Unas veces porque -¡en todas partes hay aldeanos!- prefieren vivir aislados de España para evitar fugas estratégicas de sus empresas. Y otras veces porque, si un día apuestan por conectarse a Europa, lo harán por Madrid y Salamanca, y no por el cabo Ortegal.

El mundo, al final, es como es, y no se transforma haciendo rayas sobre planos de papel. Así que, hagamos primero nuestros deberes, y pidamos, después, las peras al olmo.