12 ago 2019 . Actualizado a las 09:14 h.

Chicho Sibilio. A los nacidos a partir del año 2000 no les sonará de nada, como tantos otros nombres, porque viven en su propio Matrix, en el que existen (por seguir con la analogía cinematográfica) Keanu Reeves pero no Humphrey Bogart, Scarlett Johansson pero no Katharine Hepburn, Harry Potter pero no El mago de Oz.

Sibilio era una leyenda del baloncesto de los 80, una época en la que la Unión Soviética, Francia o Yugoslavia todavía nos miraban por encima del hombro e Italia era nuestra bestia negra. Antes de los juniors de oro de Pau Gasol y compañía estaban aquellos guerreros de plata olímpica que derrochaban sangre, sudor y lágrimas: Epi, Corbalán, Jiménez, Iturriaga, Fernando Martín, Romay, Solozábal... Qué generación y qué talento.

Y antes de ellos ya había estrellas como Emiliano, elegido mejor jugador en el Eurobasket de 1963. Porque hubo un Bahamontes antes de Indurain, un Santana antes de Nadal y un Ángel Nieto antes de Marc Márquez. No eran cazadores de récords, sino deportistas en el más amplio sentido de la palabra, increíbles competidores que salieron literalmente de la nada. Como Sibilio, que vino de la República Dominicana y se perdió la gloria de aquella final de Los Ángeles 84 para cuidar a sus padres gravemente enfermos.

Nosotros los veíamos por la televisión y disfrutábamos con aquellos Real Madrid-Barcelona, cuando todavía no estaban contaminados de política y lo que pasaba en la cancha se quedaba en la cancha. Nada se sabía de su vida privada. Los niños  reproducían las jugadas de su ídolos en la calle y no en la pantalla de un videojuego: ya había ordenadores, pero no Internet, que sería lo que lo cambiaría todo. Los millennials pueden ahora entrar en YouTube y descubrir que no cualquier tiempo pasado fue peor, solo distinto.