El marco pintiparado para la eclosión de Vox fueron las elecciones andaluzas del 2 de diciembre del 2018 -cuando el desgaste de Susana Díaz y la crisis sucesoria del PP hicieron posible la sorpresa de los doce escaños-, y las posteriores elecciones generales del 2019, cuando la buena estrella del sanchismo, y la guerra civil entre el PP y Ciudadanos por el liderazgo de las derechas, permitieron a Abascal tantear la posibilidad de que los movimientos de la extrema derecha, que modificaron el panorama europeo, empezasen a arraigar en la hasta entonces inabordable -para ellos- política española. Las formas y circunstancias de la transición democrática introdujeron en España una cultura política con fuertes inercias hacia la moderación y el centrismo, y es muy difícil que esta situación cambie de forma sensible si no se produce un colapso total del sistema que solo unos pocos andan buscando.
Pero los resultados de Vox el 28A, que en términos absolutos fueron buenos (24 escaños), quedaron muy lejos de sus mal fundadas esperanzas, y todo indica que el comienzo de la legislatura que ahora se derrumba, y el proceso de negociación de los gobiernos regionales y locales, marcaron el techo electoral de lo que en el fondo sigue siendo una anomalía -circunstancial y pasajera- de nuestro sistema de partidos. Por si la impresión de los primeros días no fuese suficiente, es evidente que el aborto de esta legislatura, que deja a Abascal casi inédito, y que le permitió al PSOE y Unidas Podemos copar toda la atención de este crítico escenario, llevó a muchos ciudadanos a la convicción de que jugar por los extremos en las competiciones políticas es, al contrario de lo que sucede en la Champions, poco rentable y nada ilusionante. Y por eso cabe esperar que el próximo reforzamiento electoral del PSOE y el PP, que todos los sondeos pronostican, le haga a Vox un roto bien visible, del que le será muy difícil reponerse.
En contra de la crítica fácil con la que muchos analistas trataron de estigmatizar a Vox y a todo lo que Vox tocaba, como si la foto de Colón fuese el contaminante desastre de Chernóbil, creo que Vox se va a hundir -o a fosilizarse- sin necesidad de que nadie le ayude. Su imagen y su proyecto no son congruentes con el momento y el país que estamos viviendo. Su infantil e inmaduro radicalismo resultó insuficiente para ser equiparado al de las extremas derechas de Italia, Francia o Centroeuropa. Y el hecho de cargar las tintas sobre debates menores redujo su identidad a una derechona confusa y antiestética que solo sirvió para debilitar al PP y reforzar a Sánchez, sin abrir ningún espacio electoral susceptible de acoger una posible derecha antisistema. Por eso creo que la lenta remontada que se le pronostica al PP va a definir y pautar el regreso de Vox hacia su irrelevancia, ya que, teniendo en cuenta nuestra historia y nuestro modelo de vida, no parece posible encontrar en España clientes suficientes para una mercancía tan minoritaria y políticamente estéril.
Los otros análisis de cara al 10n de Xosé Luís Barreiro Rivas