Partido a partido: Unidas Podemos

OPINIÓN

Eduardo Parra | Europa Press

30 sep 2019 . Actualizado a las 08:26 h.

La intuición y el sentido de oportunidad que mostró Pablo Iglesias en el 2015, cuya esencia consistía en transformar un movimiento social -el 15M- en un partido político, siguen marcando el presente de Unidas Podemos (UP), que ofrece al analista dos visiones contradictorias. La parte exitosa fue el rápido y sorpresivo crecimiento del nuevo grupo político, que descolocó a los partidos clásicos, inoculó en el electorado el virus de la dispersión y el cuestionamiento del sistema, e instaló en nuestra cultura política un populismo de apariencia social y revolucionaria que le permitió entrar en todos los caladeros de voto y encandilar, con la misma velada inconsistencia, al proletariado revolucionario, a la gauche divine y a los tenientes generales jubilados.

Pero la parte problemática, la que desintegra UP en confluencias y mareas, la que produce más líderes díscolos que hombres y mujeres de Estado, la que utiliza el voto de los inscritos para disimular los ramalazos dictatoriales del clan de Galapagar, y la que no consigue reconducir su revolución regeneradora a un programa para gobernar o pactar con toda normalidad, también tiene la huella genética de aquel movimiento social, cuya naturaleza magmática está destruyendo a Iglesias con la misma velocidad que lo construyó.

Personalmente creo que Iglesias -que se comportó como un politólogo avispado pero con escasa experiencia y madurez-, se dio cuenta desde el principio de que un movimiento como el 15M no era susceptible de transformarse en un partido político sistémico, y que por eso estaba abocado a crecer y enfriarse con la misma rapidez. Y ese fue -no su impaciencia- el motivo que le condujo a la célebre estrategia de «asaltar el cielo» -o intentar el sorpasso al PSOE- cuanto antes. Pensaba Iglesias, con razón, que el poder era el único púlpito desde el que podía lograr la conversión de Podemos en un partido político. Y a ese objetivo apostó todas las fichas que había acumulado en el asamblearismo callejero. Pero este plan, cuyo éxito tocó con los dedos en las elecciones del 2015, fracasó para siempre en el 2016, fecha desde la que el marinero Iglesias intenta navegar por el proceloso mar del Norte pilotando una balsa de rafting.

Pablo Iglesias es un político de raza, inteligente y osado, aunque inexperto. Y por eso le queda -si quiere- mucha vida política. Pero el techo y las opciones de UP ya están rebajadas al nivel de sus resultados en las elecciones del 28A, porque el régimen de la Transición no se hundió, la regeneración moral y política no se produjo, el multipartidismo se convirtió en una plaga, el PSOE está de remontada, y «la gente» ya anda otra vez por donde solía. Y la balsa de troncos en que se ha convertido UP -atiborrada de confluencias, comuneros, ahoras, mareas, personalismo y asamblearismo- ya no es convertible en aquella carabela Victoria con la que Elcano -que sirva esta metáfora a su gloria y recuerdo- le dio, hace cinco siglos, la vuelta al mundo.

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