Mientras se redacta la alarma

OPINIÓN

Claudio Furlan / LaPresse via ZUMA

14 mar 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Con el fin de serenarnos -porque un «estado de alarma» no tiene por qué ser un «estado de angustia»-, y dejando para los expertos la prognosis de la enfermedad, he decidido reflexionar, con desenfado, sobre los aportes que puede hacer el coronavirus al momento más cultureta de la historia. Porque, tras haber logrado la identificación de la cultura con la provocación, la chabacanería y los borrones, podríamos aprovechar el cambiante curso de este Pisuerga vírico para explorar otros caminos.

Según cálculos fiables, hay 23 millones de personas -el 32 % españoles- que, tras soportar impasibles los shows y las tertulias generados en torno al COVID-19, que usan como decorado preferente la catedral de Milán, se han comprometido a visitarla, y a rezar en ella un padrenuestro. Estos futuros turistas se muestran sorprendidos de que «nadie me había hablado de esa maravilla», y admiten que lo único que sabían de Milán era que tenía muchas fábricas y dos equipos de Champions. Y por eso cabe creer que, gracias a este estremecedor suceso, el pavoneo cultural del siglo XXI ha subido una décima su nivel de calidad.

El reverso de la medalla es el tsunami de banalidad y ocurrencias que está arrasando la cultura política europea, donde la mezcla de las variables estructurales con las coyunturales produce un repulsivo brebaje de ignorancia y populismo que altera de forma confusa y acelerada la vida de los ciudadanos, cuya gestión ya resulta más difícil -por improvisada y contradictoria- que la atención sanitaria. Como solución de emergencia -estilo China- sugiero que se intervenga la programación televisiva de las tardes, para reponer las mejores películas, programar música de alta selección -con preferencia para la ópera- y emitir documentales sobre la historia, el arte y el orden social y cultural de las civilizaciones más brillantes, mientras se reducen las charletas y comentarios de urgencia a los siempre previsibles programas informativos.

Por si cuela, los médicos que atienden en sus casas a los enfermos y confinados, deberían portar un pack de regalo que, además de unas bolsitas de valeriana, contenga cuatro libros -El Quijote, La Regenta, Cien años de soledad, y Las mil mejores poesías de la lengua castellana- cuya lectura -una vez demostrada- sería premiada con un viaje a Milán. De esta forma nos evitaríamos muchos descalabros, y podríamos salir de este bache curados de cuerpo y remozados de alma.

Ya dijo Sánchez, con cara de hombre de Estado, que «vamos a vencer al virus». Lo dijo, así de seguro, porque Iván Redondo le había facilitado una estadística que lo confirma: «¡Todos los virus y pestes que padeció la humanidad en sus 150.000 años de existencia han sido derrotados!». No habló de los costes, porque eso sería rebajarse a la anécdota. Pero lo bueno es que, sabiendo que vamos a triunfar, es mejor hacerlo con más y mejor cultura que hundidos en el tsunami de simpleza que nos invade. Y porque eso sí que sería -y no el de alarma- un estado de excepción.