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La gripe de 1918 produjo 50 millones de muertos en el mundo (300.000 en España), a consecuencia del virus y de tanta hambre disponible, pero se cebó más en jóvenes entre los 20 y 40 años, que no habían estado expuestos al virus durante la infancia y por tanto sin inmunidad; a lo que debemos añadir la enorme difusión de la enfermedad durante el transporte de tropas al final de la Primera Guerra Mundial. Pasado un siglo de progreso científico, incomprensiblemente, esa y la actual pandemia tienen en común un terrible lastre: ninguna cuenta con una vacuna ni medicación eficaz contra los virus respectivos.
Los políticos se asientan en el cortoplacismo de sus elecciones y los estudios, los consejos y las preocupaciones de los profesionales de la salud no han conseguido, durante cien años, acercarse a las decisiones políticas y mucho menos a las presupuestarias. Ojalá la situación actual sirva para convencerles de que no son inversiones para el «por si acaso» llega el mal, sino la prevención de amenazas reales devastadoras.
En la actual pandemia los jóvenes, aunque también enferman, lo hacen menos, por lo que se sienten seguros y no temen suavizar las normas estrictas de la desescalada. La muerte es lo último que reconocen por mantenerla escondida tras su sentimiento de invulnerabilidad. Pero hay momentos de la historia en que los hechos descorren la cortina y hasta los adolescentes dejan de ser irrompibles. En 1914 nuestros jóvenes se libraron de la guerra porque su país agonizaba tras la pérdida colonial, pero no se libraron de una transición europea hacia el uso de la violencia de la guerra como parte de sus vidas, como forma de desarrollo social, manipulados por una corte de intelectuales creadores de ideas y de odios. En ese escenario desolador, la gripe y el pavor que produjo llevaron a la parálisis social. Ninguna otra enfermedad ni ninguna guerra ha provocado tantas víctimas en un período de tiempo tan corto, ni tantos héroes solidarios, entre los que tienen mi simpatía dos modelos de mi infancia, Jacinta y Francisco Marco, pastorcillos de Fátima, a quien la Virgen les había anunciado su pronto fallecimiento. La espoleta que arrancó la vida de esos niños ejemplares fue la neumonía de la gripe española. Las pandemias no se detienen ni ante las creencias ante los más profundos sentimientos. La de 1918 es el referente histórico para entender y hacer frente, en mejores condiciones, a la actual pandemia. Daremos alcance a la verdad.