Para Santiago Rey Fernández-Latorre, amigo antiguo y siempre verdadero.
Tristeza nao tem fim, felicidade sim. A felicidade é coma a gota de orvalho numa pétala de flor. Lo cantaba Toquiño con letra de Vinícius de Moraes y ritmo de Bossa Nova en aquel film maravilloso que fue Orfeo Negro. Y ahora entre el virus, la pandemia y la mala gobernanza parece que la felicidad se hubiese evaporado. Un fenómeno que parece más frecuente entre los varones que en las féminas y que quizás podría explicarse en un texto de Jose Antonio Marina que puede leerse en El misterio de la voluntad perdida.
Ella es adicta al hipertexto y a la velocidad; yo, en cambio, soy adicto a la narración y a la relectura. Ella confía en los gráficos y yo en el diccionario. Ella es posmoderna y yo presiento la modernidad como un reumático el cambio de tiempo. Ella es mujer que, en este momento, es un modo de pensar y yo no. Y las mujeres son más abiertas, hablan más, preguntan más y tienen más amigas. Todos somos hijos del deseo, de la costumbre, y de los incentivos que nos reclaman. Pero la respuesta a esos incentivos depende de la voluntad. En los tópicos de la voluntad escribe D. Santiago Ramón y Cajal: «A la voluntad más que a la inteligencia se enderezan nuestros consejos, porque tenemos la convicción de que aquélla es tan educable como esta». Educar contra la tristeza. Pero ¿dónde encontrar profesores para tan complicada asignatura? Hay que aprender a esperar. Nos lo decía el catecismo: fe, esperanza y caridad. La esperanza como virtud teologal. Es cierto que los viejos dioses se resisten a morir y los nuevos demoran su llegada. Pero también es cierto que «nunca choveu tanto que non escampara». Y también aquí necesitamos una vacuna. Una dosis doble de esperanza y voluntad. Pero si no consiguen ser felices no se preocupen demasiado. Ya Nietzsche dijo que era un asunto propio de los ingleses y de las vacas. Y además si uno no puede ser feliz puede al menos intentar ser «interesante». Algo mucho más entretenido.
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