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Tras la nieve, Madrid se convirtió en una pista de hielo, y en los hospitales escasea el yeso a causa de las miles de caídas que provocan lesiones y fracturas de huesos, y, «muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo». Hielo que en Cien años de soledad llevaban los gitanos titiriteros al Macondo de García Márquez y que a Madrid ha traído un tsunami níveo y helador, la gran nevada del siglo, que una semana después sigue cubriendo de blanco las calles y las plazas madrileñas.
Sumándose al mapa del agobio definido por cierres perimetrales y cincuenta barrios de Madrid confinados, mientras la pandemia sigue creciendo exponencialmente y la vacunación hurtándose a la ciudadanía.
Éramos pocos y parió la pandemia, en forma de copos que cayeron del cielo durante más de treinta horas, cercando barrios, sepultando vehículos e impidiendo el suministro de víveres, mientras se cerraban los aeropuertos y estaciones de la capital.
La tercera ola del covid más que una ola es una autentica galerna que trae consigo la ruina económica y que está provocando las primeras consecuencias mentales a una ciudadanía que comienza a no poder soportar la ya larga fatiga pandémica que está cercando la geografía de las libertades.
Yo mismo estoy sintiendo un limitativo síndrome de insularidad que me impide viajar a mi pueblo, por poner un ejemplo, ubicado a seiscientos kilómetros, o salir de mi barrio confinado, mientras pasan semanas y meses.
Madrid es una mezcla de Invernalia y Frozen, un reino temporal de la nieve y del invierno, que comienza a ser una pesadilla, donde llueve sobre mojado y en la que la tercera ola es ya una antesala de la depresión colectiva.
Hemos agredido en demasía a la madre naturaleza, que se rebela en forma de virulento virus mortal y de catástrofes climáticas. La borrasca Filomena es solo un anticipo de las consecuencias del cambio climático.
Esta semana del primer mes de un supuesto año de bienes, por el refrán de las nieves caídas, en Madrid han desaparecido miles de pájaros, y eso que la traducción del griego antiguo de Filomena, «la que bien canta», se puede traducir por ruiseñor. Pero en este mapa del agobio impera el silencio en la avifauna, como en una vieja canción de Adamo en donde cae la nieve y l´oiseau sur la branche, pleura le sortilege, en la rama un pájaro llora el sortilegio. Es el mapa global del agobio. Está siendo.