
Es muy interesante la reflexión que planteó el juez Carlos Viader al asegurar -lo que a los jueces les parece obvio, no tanto al resto de la sociedad- la existencia de una separación nítida entre el juez ciudadano y el juez enjuiciador. Explica que el primero puede cometer los mismos exabruptos en una reunión social que cualquier persona (aunque en el caso al que alude se trató en una entrevista en un medio de comunicación) sin que ello tenga repercusión alguna en su segunda faceta.
En mi profesión, este es un debate clásico que se plantea muy acertadamente, por ejemplo, en la serie House: ¿Cuál es la consideración moral acerca de un médico que odia al ser humano, pero es un excelente técnico? La medicina, históricamente siempre lo tuvo claro: vir bonus medendi peritus, solo una buena persona puede ser un buen médico. Creo que esta máxima también puede ser extensible a la judicatura. ¿Y por qué no a todas las profesiones?
Aunque el colectivo de la judicatura considere que existe una frontera clara, y un mal ciudadano puede ser un buen enjuiciador, a la ciudadanía nos produce desasosiego la posibilidad de que nos juzgue una persona prepotente, soberbia y que desprecia y muestra ignorancia acerca de las funciones de otras profesiones. Al igual que ocurre con los médicos, nos sentiríamos más tranquilos si el juez ante la sociedad actúa con mesura, prudencia, discreción, templanza y humildad.