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Cristina Gufé
Cristina Gufé LICENCIADA EN FILOSOFÍA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN. ESCRITORA

OPINIÓN

ALBERTO LÓPEZ

24 jul 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando leemos tenemos la impresión de que avanzamos sin interrupción a través de las líneas de las páginas con el movimiento de los ojos de izquierda a derecha, pero no es así. El oftalmólogo francés Emile Javal -según nos dice el escritor Alberto Manguel- descubrió que al leer, los ojos saltan como pulgas por la página, que eso sucede unas tres o cuatro veces por segundo y que solo «leemos» en las breves pausas entre movimientos.

Podemos afirmar que la lectura es un proceso complejo en el que, además de las implicaciones psicológicas y cognitivas, se hallan presentes también trabas físicas para el lector si pretende acceder a la posible belleza del texto, lo que exige superar obstáculos: esfuerzo de la vista, concentración, capacidad de comprensión, descifrar metáforas, seguir la invitación del autor que se obstina en empujarnos por nuevos senderos, etcétera. Una serie de dificultades se interponen entre nosotros y la creación artística.

Para Marcel Proust, la lectura se sitúa en el umbral de la vida espiritual pero no la sustituye; hasta llega a advertir que puede ser peligrosa si nos lleva a creer que la verdad está encerrada en las páginas de los libros, de modo que ser libresco podría llegar a ser un defecto, pero sí debe servir para despertarnos a la vida personal de nuestro pensamiento, al propio espíritu y al mundo interior. Franz Kafka creía que intentar aprisionar la vida en un libro sería como meter un pájaro en una jaula.

La lectura es como una conversación que mantenemos con otro ser humano; crea el milagro fecundo de una comunicación que se produce en la soledad y que la conversación con frecuencia disipa. Entregar un texto a un posible lector es invitarle a hacer un trabajo, mucho mayor que en otras formas de arte que llegan de modo más directo al receptor; por ello quizá la interacción creador-receptor, en el caso de la lectura, es más profunda cuando se produce porque exige una participación intensa, el esfuerzo del lector para desentrañar los significados que se captarán de modo superficial en una primera lectura; por ello releer es la única posibilidad de diluir, en algún grado, los impedimentos que se interponen. En general, podemos decir que leemos a un nivel superficial captando algunos significados pero la verdadera lectura exige la reelaboración por parte del lector, la respuesta a la llamada que le ofrece el texto para ampliar las asociaciones y trascender la actualidad con la personal reconstrucción.

El texto es como un perro vagabundo en busca de unos ojos que lo elijan y lo salven de la intemperie; el ser humano que lo adopte le limpiará las pulgas, lo acariciará con los movimientos del agua cayendo por la piel y lo dejará dormir con calma al acercarse la noche. Ese caminar entre alambradas del lector derribando barreras se parece al esfuerzo del escritor empeñado en descifrar trabas y enigmas y solo al releer se juntan esas mentes errantes como animales solitarios explorando caminos.