
Genio y figura, Sánchez ha abierto el curso político recurriendo al único instrumento en que parece ser un as: la propaganda. Debe estar el presidente muy seguro de tal habilidad para volver a los focos, tras otra de sus huidas de la dura realidad (la quinta ola del covid, el precio de la electricidad o el caos de las devoluciones de jóvenes marroquíes), montando un ¡acto europeo de celebración de un desastre militar!: la humillante derrota que las fuerzas aliadas (España entre ellas) han sufrido en Afganistán frente a la barbarie talibán.
El episodio, más allá de la desfachatez que supone un espectáculo insultante a fuerza de penoso y de mendaz, constituye una nueva demostración de la que es la única forma de gobernar de Pedro Sánchez: hacer que hace, mediante la utilización sin pudor del poderoso aparato de propaganda, público y privado, del que dispone a voluntad.
Cuando, dentro de poco, todos hayamos vuelto a nuestra vida diaria (o a la que nos permita la pandemia que no cesa), tendrá el presidente del Gobierno que enfrentarse, sin más recursos que la propaganda, al desafío de convertir lo negro en blanco en el delirio de la negociación bilateral con el ejecutivo separatista catalán, lío en el que Sánchez, él sólito, se ha metido, con una irresponsabilidad solo comparable a la que tuvo en su día Zapatero, el genio que iba a solucionar para dos generaciones el problema catalán con el rotundo éxito de todos conocido.
Sánchez, en la más débil posición imaginable, depende por completo de quienes se sentarán del otro lado de la mesa. Pese a ello, y obligado por su pactos, ha otorgado plena igualdad a los separatistas para tratar con el Estado del futuro de Cataluña, locura que hacía previsible lo que estos días han anunciado tanto el vicepresidente catalán, Puigneró, de JuntsxCat (un señor que odia a España con esa inquina que solo nace del nacionalismo o de la religión), como Oriol Junqueras, de ERC: que se negociará sobre referendo o referendo.
Para entendernos: o el Gobierno acepta por las buenas lo que la Constitución prohíbe y el más elemental sentido común aconseja no hacer nunca -celebrar un referendo de autodeterminación en Cataluña-, o los secesionistas volverán a echar mano de la llamada «vía unilateral», término inocente que significa en realidad dar un golpe de Estado contra la Constitución. Algo así como llamar decisión unilateral de no pagar a marcharse de cualquier negocio sin abonar lo comprado o consumido.
Sánchez dice, claro, que no permitirá el referendo, pero no ha proclamado jamás lo que sería obligado esperar de un presidente del Gobierno: que esa llamada vía unilateral carece de futuro, pues el Estado reaccionará ante ella como ya se hizo en el pasado: volviendo a aplicar el artículo 155 de la Constitución y recurriendo a los tribunales de justicia para juzgar a quienes antes indultó. Todo lo demás es, sencillamente, una forma de dejar que la bola de nieve de la secesión siga rodando y se haga, de nuevo, más grande cada día.