La desgracia de John DeLorean

Javier Armesto Andrés
Javier Armesto CRÓNICAS DEL GRAFENO

OPINIÓN

26 ago 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Acaba de estrenarse en Netflix la docuserie (tres capítulos) John DeLorean: Un magnate de leyenda, sobre el empresario estadounidense cuya compañía lanzó el famoso automóvil deportivo (esto habría que matizarlo) conocido por la trilogía de Regreso al Futuro. No deja de ser curioso que en los 132 minutos de la emisión no se hable en ningún momento de las películas protagonizadas por Michael J. Fox y Christopher Lloyd, sin las cuales el DMC DeLorean habría pasado sin pena ni gloria por la historia de la industria automovilística, como uno de tantos proyectos fallidos.

Pero el documental no es sobre el coche, sino sobre el hombre que lo creó: John DeLorean tuvo un sueño, lo hizo posible -aunque no en la América de los emprendedores, sino en el paraíso fiscal irlandés- y finalmente se estrelló antes de que el negocio pudiese alcanzar suficiente velocidad.

De padre rumano y madre de origen húngaro, ambos emigrantes, DeLorean nació en 1925 en Detroit, la ciudad del motor (y de la música negra: Motown), lo cual ya predisponía a terminar trabajando en el sector automotriz. Y así fue, convirtiéndose en uno de los ejecutivos más prometedores de la General Motors, participando en el desarrollo de algunos de los muscle cars de los años 60-70, como el Pontiac GTO, y llegando a escalar hasta la vicepresidencia de la compañía. Fin de la clásica historia del self-made man.

Pero DeLorean quería fundar y poner su apellido a su propia empresa, y desarrollar un automóvil que revolucionara el mercado. Algo así como lo que haría tres décadas después Elon Musk con Tesla. El problema es que Musk era millonario y DeLorean no (lo que no le impedía llevar un tren de vida como si lo fuera), por lo que acabó cruzando el charco para montar una fábrica en medio del polvorín norirlandés, justo en los años de plomo del IRA.

El coche, con sus puertas de ala de gaviota y su carrocería de acero inoxidable sin pintar, era muy bonito. A pesar de su corta potencia (130 caballos), su carrera fue rapidísima: la producción empezó en 1981 y terminó un año más tarde, tras el arresto de DeLorean por tráfico de drogas y la quiebra de la compañía. Su mujer lo dejó tres años después y acabó su vida intentando vender relojes por Internet en los albores del nuevo milenio, justo antes de la burbuja de las puntocom. No future.