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El bloqueo de la renovación del CGPJ repercute en el Tribunal Constitucional y en el estancamiento de una de las principales bases de una democracia: el poder judicial. Los ciudadanos reconocen esta grave anomalía, como queda plasmado en los índices de descontento que el español tiene en su sistema de justicia, que alcanza un preocupante 70 %. ¿Los motivos? Para el poder ejecutivo, la coalición progresista del Parlamento, y personalidades del derecho, la culpa está en un bloqueo por parte de la bancada conservadora. La explicación viene dada por la mayoría de magistrados afines a su ideario político. La derecha y sus aliados siguen el principio de laissez faire, laissez passer, le monde va lui même («dejen hacer, dejen que pase, el mundo va solo»), frase utilizada por un político francés en el siglo XVIII, más tarde copiada por Adam Smith, gran padre de las teorías ultra-liberales vigentes en muchas partes del mundo, y por supuesto en nuestro país, que defienden la no intervención del Estado. Sin duda es una explicación consecuente con una ideología, al anteponer intereses de partido al interés del Estado y bloquear al poder ejecutivo, pilar importante de la democracia junto con el judicial y legislativo. Para algunos, incluso es como un golpe de Estado incruento y moderno.
Pero a esta explicación clara y diáfana se esgrime otra muy utilizada. «Que los jueces se elijan entre ellos y así la justicia será mas independiente…». ¿Se resolvería así el desprestigio del poder judicial? ¿Se acabaría con el corporativismo, o por el contrario lo incrementaría, como de hecho se da en otras profesiones? ¿Quién defendería la independencia de la Justicia? ¿Los mismos jueces? ¿Sería mas rápida la Justicia? Muchas preguntas pero difícil respuesta. Difícil en estos momentos en que la Justicia está politizada a niveles preocupantes. Hay gran disparidad de criterios, con resoluciones contrapuestas en un tema de Estado tan importante como es la aplicación de medidas contra la pandemia.
La historia pone a cada uno en su sitio, y sobre todo en nuestro país, en el que el poder judicial estuvo intervenido durante todo el franquismo (recuerden el TOP), con un reparto desde la Transición entre los dos partidos que se han turnado en el poder durante otros cuarenta años y que no han sido capaces de resolver el problema. Con esta historia es lógico que exista desconfianza.
Está claro que en una democracia plena tanto el poder judicial como el ejecutivo deberían rendir cuentas al Parlamento, la única ágora de la democracia, ya que es aquí donde todos los ciudadanos están representados. Pero claro, la Política con mayúscula debería apartar a los políticos con minúscula.
Pero hay mas razones de desconfianza del ciudadano y que exigen grandes cambios o reformas dentro del poder judicial: el método de selección de nuestros jueces, aún anclado en la capacidad de memoria y no en otras cualidades que se le deberían exigir al que va impartir justicia, como es experiencia y responsabilidad gradual a lo largo de los años de formación continuada, en los que es obligado demostrar no solo que conoce la ley sino que sabe aplicarla con madurez, valores éticos, inteligencia y sentido de justicia. Este método de aprendizaje tutelado fue el que cambió la sanidad española con la creación del sistema MIR, transformando una medicina de beneficiencia antigua en una de las más prestigiosas del mundo.
Desterremos una justicia, lenta y politizada haciendo grandes modificaciones dentro del poder judicial, que exigirá sentido de Estado en nuestra política. Solo así la Justicia sería mas independiente, ágil y próxima al ciudadano.