Dos 11S: del trágico al grotesco

Roberto Blanco Valdés
roberto l. blanco valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

GUS DE LA PAZ

12 sep 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Más allá de la coincidencia de fechas, existe entre el 11 de septiembre norteamericano, cuando se produjo el más salvaje atentado terrorista de la historia, y el 11 de septiembre catalán, una curiosa coincidencia: en ambos casos se recuerda una derrota. En Estados Unidos, la de todos los servicios de inteligencia, incapaces de descubrir la barbaridad que Bin Laden preparaba para darse a conocer al mundo entero. En Cataluña, la de los austracistas frente al ejército borbónico en la Guerra de Sucesión, tras la que se promulgaron los Decretos de Nueva Planta, que, al suprimir en 1716 las instituciones medievales catalanas, iniciaron una centralización indispensable para marchar hacia la modernidad. 

Pero la posibilidad de comparar los dos acontecimientos que hoy ocupan espacio preferente en todos los medios de comunicación españoles va mucho más allá. Aunque los atentados del 11S pretendieron convertirse en el inicio de un «apocalipsis que no fue», como explicaba en La Voz Miguel Anxo Murado con su brillantez habitual, su importancia en la historia de un mundo cada vez más globalizado, para lo bueno y para lo malo, es evidente.

La aparición del terrorismo islámico como un fenómeno mundial, que podía golpear con igual dureza en Madrid que en Nueva York, en Londres que en París, abrió una nueva dialéctica mundial (sociedades abiertas frente a otras gobernadas por grupos religiosos integristas) junto a las dos ya conocidas (norte/sur y este/oeste) y confirmó la necesidad de cooperar internacionalmente, impulsar amplias alianzas políticas y económicas y fortalecer a los Estados-nación como sujetos, sin los cuales, todo avance en las ventajas de la globalización es imposible. Algunos siguen creyendo lo contrario, pero los Estados-nación, en ocasiones, un freno para la convergencia supranacional (Gran Bretaña), han sido sus principales impulsores.

Lo increíble es que mientras el mundo está dominado por esa tendencia hacia la construcción de espacios territoriales de colaboración cada vez mayores, en algunos lugares se pelea por el fraccionamiento de los propios Estados nacionales. Aunque hay más ejemplos (la Lega italiana, el Partido Nacional Escocés, el nacionalismo corso) en ningún sitio como en España han adquirido esos nacionalismos interiores una fuerza y, lo que es mucho peor, pues la explica, una respetabilidad ideológica y una influencia política tan abiertamente grotescas.

Los nacionalismos, como el que organiza la Diada desde hace muchos años -después del 2012, a favor de la independencia-, son movimientos reaccionarios, retardatarios e insolidarios, que ponen proa a los dos principios esenciales sobre los que se construyeron los Estados-nación tras las revoluciones liberales: la igualdad de todos los ciudadanos al margen de su lugar de nacimiento y la solidaridad entre todos ellos, por encima de las divisiones interiores. Por eso, mientras un 11S mira hacia los desafíos del futuro, el otro está enganchado en todos los arcaicos delirios del pasado.