Andadura gallega

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado VUELTA DE HOJA

OPINIÓN

Ed

17 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Por culpa de la epidemia y otras obligaciones, últimamente uno escribe más sobre lo que no hace que sobre lo que hace. Por ejemplo, no pude ir al San Froilán de Lugo. Me tuve que conformar con comprarme un pulpo aquí en Madrid y prepararlo yo á feira (lo que fuera de Galicia llaman «a la gallega» sin reparar en la antonomasia). Y tampoco voy a poder ir a As San Lucas de Mondoñedo, como me hubiese gustado; pero en este caso no veo posible hacerme con un caballo salvaje, que sería lo propio de estas fiestas del otoño dorado. Empezaron el viernes y mañana es su día grande, la fiesta de San Lucas Evangelista, que yo creo que, en esta ciudad tan escrita y escribidora, es patrono más por escritor que por santo. Hoy, precisamente, me habían invitado amablemente a estar en la presentación de un libro que recoge crónicas y relatos sobre la fiesta mindoniense. Pero la única forma que he encontrado de asistir es como lo hago ahora, digamos que de tinta presente.

También por culpa de la epidemia no bajarán tampoco este año los caballos de la sierra para hacer su entrada triunfal y salvaje en la ciudad hermosa. Pero todo lo demás, que es mucho, estará ahí, y me hubiese gustado ir a verlo: la caravana de tractores antiguos, como una procesión de nostalgia tecnológica campesina; el homenaje a Pascual Veiga, que fue el hombre que le puso música a nuestra épica (el himno) y a nuestra lírica (la Alborada, que es el otro himno, el de la melancolía); los conciertos; el mercado, en el que siempre, por una costumbre heredada de mi padre y mi abuelo, me hago con algún cuchillo de Taramundi; el pregón, que tuve yo un año el honor de pronunciar… Especialmente, me hubiese gustado mucho ver, hoy y mañana, el concurso de «andadura gallega», en el que los caballos caminan, como vedettes en una pasarela, posando los cascos de modo que la grupa no se balancee. Es un modo de andar este que en el pasado dio fama a los potros y mulas de Galicia, codiciados para el transporte de objetos frágiles o de personajes principales poco sufridos. A mí me gusta suponer que era gallega, por ejemplo, la mula que llevaba al emperador Carlomagno en aquel poema que dice Atant es vus Carlun sur un fort mul amblant. Y si la mula no era gallega, quiero pensar que al menos se sabía el estilo del país, como también lo habría aprendido aquel jamelgo que se cita en el Quijote y cuyo jinete «…puede llevar una taza llena de agua en la mano sin que se le derrame gota, según camina llano y reposado…». Eso es la andadura gallega: una forma de caminar que refleja quizás una manera de ser, entre resignada e indiferente.

Será el año que viene. Quizás para entonces ya haya pasado la pesadilla de la epidemia, y, como una campana, lo proclamarán los caballos bajando otra vez del monte para llenar su hueco en los actos de As San Lucas. Hay una larga tradición literaria que se imagina a los caballos como hijos del viento, y por eso se ha relacionado a los de Mondoñedo con el nordés; aunque a mí me parece más bien que estarían hechos de niebla, porque siempre, desde niño, cuando he pasado en coche por Campo do Oso, los he visto salir de ella como fantasmas que surgen de ese Otro Mundo emborronado de blanco. El hilo de su respiración saliendo del hocico hacía que pareciese que se deshilachaban para formar esa niebla espesa que de vez en cuando se posa sobre la autovía A-8 e interrumpe el tráfico. Quizás este año los caballos del monte estén también sin estar en estas San Lucas. Aunque sea en espíritu, en forma de soplo de viento o de jirón de niebla.