Ahora sí, el lobo ya está aquí

Tomás García Morán
Tomás García Morán LEJANO OESTE

OPINIÓN

PASCAL ROSSIGNOL | REUTERS

Los enfadados suman más del 50 % de los votos. Macron deberá darse una buena ducha de humildad para evitar que Le Pen no sea presidenta dentro de dos semanas.

10 abr 2022 . Actualizado a las 22:20 h.

El brexit no se iba a producir, los estadounidenses no iban a elegir a Trump, Putin no se iba a atrever… Todos estos lobos no iban a llegar, pero ya están aquí. Por si a alguien le quedaban dudas de que vivimos en una distopía en la que todo es posible, la ultraderecha acaba de obtener un tercio de los votos en las presidenciales francesas. Un tercio de ciudadanos del corazón de Europa que han votado a Le Pen y Zemmour. Las buenas noticias no acaban aquí. Si sumamos los votos del populista Melenchon y del ruralista Lassalle, es decir, si damos por bueno que todos los enfadados van a votar a Le Pen en la segunda vuelta, entonces el lobo echará la puerta abajo y lo tendremos en el recibidor de casa, porque los antisistema superan holgadamente la mitad de los votos. 

¿Qué ha hecho mal Macron? Esencialmente, gobernar. Nadie sale indemne de semejante tarea, menos en tiempos de zozobra. Tampoco Macron, que además partía desde la imposible posición del centro. A su favor jugaba una personalidad arrolladora. Como Pedro Sánchez, Macron no tiene precisamente un problema de autoestima. Se mira al espejo y le gusta lo que ve. Y, por tanto, le da igual lo que digan de él. Está curtido desde que, siendo un adolescente, se enamoró de su profesora de teatro, 24 años mayor que él. El acontecimiento debió ser un buen escándalo en la ciudad natural de ambos, Amiens, una capital burguesa conservadora casi fronteriza con Bélgica. Pero a Emmanuel y a Brigitte, casada y con tres hijas, les dio igual.

Con esa personalidad arrolladora, Macron empezó metiéndole mano a asuntos intocables en Francia, como la reforma laboral o la de la educación. Encalló en temas más peliagudos: la sostenibilidad de las pensiones, el paquidermo que aún hoy representa el descomunal estado galo… En el ámbito exterior, le puso los puntos sobre las íes a Boris Johnson, parándole los camiones en la aduana de Calais. Ha intentado recoger el legado de Merkel, con quien congeniaba. Ha intentado mantener abierto el último hilo de comunicación con Putin. Y le ha pedido disculpas al pueblo argelino, algo sobre lo que no estaría mal que tomáramos nota.

Pero a Macron lo ha condenado su actitud displicente, por no decir su chulería. Muchos lo han comparado con Napoleón, pero a Emmanuel se le ha escapado alguna vez que los franceses echan de menos la figura de un rey. Ese monarca absolutista ha chocado, además, con dos realidades: los jóvenes no votan y la curva de enfadados crece sin remisión. Los chalecos amarillos, los cazadores, las víctimas del declive industrial, los trabajadores que no llegan a fin de mes, los temerosos de esa bomba atómica que son los guetos africanos y magrebíes. Mucha gente cabreada. Seguramente, muy pocos sean fascistas, como sí lo son Le Pen y su padre. Pero Macron deberá darse una ducha de humildad las próximas dos semanas para que el lobo no nos devore.