
No vivimos un verano normal. No en lo meteorológico, con el calor abafante y las noches tórridas condenando al destierro a las rebequitas que siempre hicieron falta en buena parte de la costa gallega. Tampoco en lo político, con un debate canicular sobre el estado de la nación que solo sirvió para confirmar una vieja certeza: Pedro Sánchez tiene más vidas que un gato y nadie debería enterrarlo antes de tiempo. Sobre todo ahora que parece haber entendido que la única prioridad a la hora de gobernar en este país debe ser la economía y que mira a la izquierda, para escándalo de muchos tertulianos, siempre dispuestos a rasgar sus vestiduras y arrojar polvo sobre sus cabezas.
En este escenario, con los ciudadanos lógicamente pendientes del pronóstico de temperaturas hora a hora en sus móviles, la maldita pero felizmente extinta ETA llegó a ser protagonista de la actualidad. Lo hizo hasta que llegaron noticias de Bruselas. Resulta que a Carles Puigdemont se le puede acabar su exilio dorado en Waterloo. Una nueva vuelta de tuerca interpretativa en la justicia europea abre la puerta a su entrega a España. En otro tiempo la imagen del expresidente arrestado hubiera valido votos. Causó una inestabilidad política que aún pagamos todos. ¿Hoy? Seguramente causaría unas cuantas tormentas y un puñado de trending topic. Daría mucho que hablar, pero no bajaría la inflación. Y tampoco subiría el pan. ¿O no?