Ética y discapacidad intelectual

OPINIÓN

XOAN A. SOLER

17 ago 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Pronto se cumplirán 27 años de la publicación de mi primer libro, que presentó en un solemne acto el recordado José Cora, jurista de reconocido prestigio y en aquel entonces Valedor do Pobo. Versa —porque, para sorpresa de propios y extraños, se sigue vendiendo— sobre el asunto que da título a este artículo.

Durante estas tres décadas hemos asistido a profundos cambios en el ámbito de la atención a las personas con discapacidad intelectual. El nuevo escenario refleja el impacto significativo que han tenido cuatro grandes variables: el modelo ecológico de la discapacidad, el concepto de calidad de vida, el lenguaje de los derechos y el movimiento de reforma de las organizaciones.

Con todo, el problema de fondo subsiste: realmente no nos creemos que sean personas en el sentido pleno del término. Vean, si no, los desarrollos teóricos del filósofo australiano Peter Singer, las enormes dificultades para que la inclusión educativa avance en Latinoamérica y el hecho de que términos utilizados para referirse a estas personas formen parte del ingente número de insultos de la lengua española (sin ir más lejos, autista).

Decimos que las personas con discapacidad intelectual nos importan mucho, pero luego nuestros hechos no acompañan nuestras palabras y, no pocas veces, caminan en la dirección contraria. Es una cuestión ética y antropológica que, lo veamos o no, es en donde de verdad se juega el ser o no ser de estas personas.