El problema de la unidad de España

Eduardo Vázquez Martul MÉDICO

OPINIÓN

BENITO ORDOÑEZ

01 nov 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Según la historia y el geógrafo Estrabón, el mayor grado de unidad geopolítica de la Península Ibérica se alcanzó a partir de postrimerías del siglo I con la romanización de todas las civilizaciones que existían previamente. Para historiadores versados, fue la romanización y la posterior cristianización de los enfrentados pueblos prerromanos de la Península, a excepción de los pueblos cántabros, los mas importantes hitos que han unido las diferentes Hispanias. Un hecho en la historia reciente ha sido el franquismo, vencedor de una cruenta y larga guerra entre hermanos, que impuso «una unidad de destinos en lo universal, joseantoniana» que nos enseñaban profesores con camisa azul en aquella España gris y monocolor que vivimos hasta bien entrados los años 70. Se llamaba la asignatura Formación del Espíritu Nacional.

He aquí el problema que subyace en el fondo de la política de la España antigua y actual, que las autonomías de la Transición no han cerrado correctamente. Como una maldición ya histórica, sigue latente una tensión que aflora en tiempos de crisis. La derecha, defensora de la unión, y una parte de la izquierda pragmática no quieren pactar con la izquierda amiga de las otras Españas: «El PP nunca va a pactar con este PSOE...», esgrime Feijoo. Lógico pensamiento de los herederos de los vencedores, que les cuesta cortar amarras con el pasado (Franco no perdonó), que los lastra como un peso muerto. Enfrente, los perdedores, defensores de las Hispanias y sus culturas, claramente diferenciadas del «reino de Castilla», pero con sus tendencias peligrosas que alimentan separatismos excluyentes. Un largo dilema no bien resuelto, que tensa la cuerda de la política de Estado. Murió Franco, pero no ha habido pedagogía de lo que es democracia, que en gran parte es aceptar al diferente. La visión centrípeta que pasa por Madrid, frente a la visión centrífuga que también defiende su historia. Paradojas de la política basada solo en emociones y banderas, que constituyen un círculo vicioso que se retroalimenta: los ultranacionalistas separatistas estimulan a los unionistas, también ultranacionalistas, herederos de un imperio español ya hace siglos perdido. Nacionalistas peligrosos enfrentados que polarizan la política. Los independentistas tendrían que elegir: o seguir perdiendo el tiempo, hundidos en el dilema eterno de un paraíso perdido, o comprometerse con una España federal sin tapujos, respetuosa de sus historias. Por supuesto, la derecha debería reflexionar que los «unionistas intransigentes» mantienen una guerra civil en Irlanda, sin visos de solución, y que España es mas heterogénea en culturas que Irlanda. Deberán aceptar e incluir esas culturas como propias y no como un folklore o una conversación en la intimidad.

Hay una carencia de política de Estado, suplantada por la política cortoplacista de los partidos, incapaces de bajar a la realidad y aprender de los errores. Se peca de intransigencia, gran enemiga de la política. Solo un gran debate de Estado, pero sin líneas rojas, podría encauzar este cainismo histórico. Claro que la salvación de este dilema sería una Iberia confederada, incluyendo a nuestra hermana Portugal. Adiós a separatismos. Como Suiza, nos pondríamos a la cabeza de Europa, y hablaríamos idiomas. Soñar no cuesta dinero.