Abuso sexual en menores y el desarrollo de patología psicológica

Pilar Conde DIRECTORA TÉCNICA DE CLÍNICAS ORIGEN

OPINIÓN

JUAN CARLOS HIDALGO | EFE

04 nov 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

El del Colegio Europa, de Boadilla del Monte, en Madrid, es suceso reciente que tiene a los menores como víctimas de abuso. Es el último, pero, por desgracia, no es el único. Los niños y niñas son objetivo de cierto tipo de depredadores sexuales, ya que no solo son ignorantes en muchos aspectos, sino que conciben que los adultos son quienes marcan normas. Se dejan dirigir por los mayores, máxime en cuestiones que desconocen, y pueden ser objeto de manipulación y chantaje.

Estas circunstancias ayudaron presuntamente al profesor de este colegio que montaba una piscina hinchable en su despacho del centro y pedía a las alumnas que se refrescaran entre las actividades escolares. De esta manera podría grabarles unas cinco veces al día mientras se quitaban el bañador y se ponían ropa seca. Según la investigación policial, este tipo de prácticas, espiar y grabar en el vestuario, habrían venido sucediéndose durante una década. Ahora, algunos responsables del colegio y varios padres de niñas afectadas cruzan responsabilidades en los medios, inconscientes de estar violando, por segunda vez, la privacidad de las víctimas.

Los niños que han padecido abusos sexuales (aunque sean de menor grado), que han sido víctimas de pedófilos, a veces en el entorno de la familia, pueden ver su desarrollo personal muy afectado, por no hablar de su vida sexual. No solo se sienten engañados y culpables, sino que ven violada su intimidad en una etapa en la que el pudor es un sentimiento muy fuerte. A ello hay que sumar la incertidumbre por el destino final del material grabado, que podría acabar en redes pedófilas. Este tipo de abusos corroen los pilares en los que se sustenta el bienestar emocional: la identidad personal, la autoestima, la seguridad y la relación con el entorno.

El impacto de estos hechos en el desarrollo de un menor varía dependiendo la personalidad psicológica del niño y la gravedad de lo ocurrido. Pero siempre es significativo, cuando no muy significativo. En mi experiencia profesional me he encontrado casos en los que personas ya adultas, que habían sufrido abusos en la infancia, habían desarrollado síntomas obsesivos, problemas de labilidad emocional, síntomas depresivos, problemas comportamentales, autolesiones, estrés postraumático y pensamientos o tentativas de suicidio. Sufrir un abuso sexual a esas edades es un factor de riesgo para el desarrollo de patología psicológica. 

Hablar con los niños es clave. Hay que hacerlo siempre, ayudarles a comprender su sexualidad, a entender su cuerpo y hacerles saber que nadie puede pedirles ni obligarles a tener ningún tipo de relación íntima. Se trata de que conozcan los límites de la sexualidad para que sepan detectar y defenderse en el caso de que una persona quiera abusar de ellos. Este diálogo debe llevarse a cabo dejando a un lado, en la medida de lo posible, los tabúes que los adultos también tenemos con relación al sexo. Mi recomendación es que hay que empezar a educar sobre la protección sexual. Desde que son muy pequeños, los menores aprenden a identificar las zonas genitales, por lo que tenemos que enseñarles cómo relacionarse con ellas de manera saludable y saber protegerse en función de la edad en la que se encuentren.

Por supuesto, si han sido víctimas de algún tipo de hecho luctuoso es imprescindible una evaluación psicológica de los menores espiados, aunque, a priori, el niño o la niña no den señales de que su bienestar haya sido menoscabado. Se debe vigilar a los más pequeños y hablar con ellos nada más enterarse de los hechos y también pasado el tiempo, para ver cómo han procesado lo sucedido y cómo puede estar influyéndoles negativamente en su desarrollo.

Es peligroso para la salud de la víctima no hacerlo, porque no se procesa lo vivido y el niño no se siente validado por su entorno. Los problemas emocionales resultantes pueden ser de largo alcance.