La Piedra del Destino

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado VUELTA DE HOJA

OPINIÓN

ED

12 mar 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Los nacionalistas escoceses insinúan que, en protesta porque no les dejan celebrar cada poco un referendo de independencia, podrían no ceder la Piedra del Destino para la próxima coronación del que será Carlos III de Inglaterra. Y, como quiera que ese mineral es un asunto irresistible para el escritor, lo comentaremos aquí un poco. La Piedra del Destino es, en efecto, una piedra de unos 150 kilos que antiguamente formaba parte de los rituales de coronación de los monarcas escoceses. Una leyenda quiere que en origen perteneciese a los reyes del Úlster y fuera llevada a Escocia por un héroe legendario. Otra tradición aún más creativa pretende que esta sería la misma piedra sobre la que Jacob recostó su cabeza cuando soñó con una escalera que conducía al Cielo —una Starway to Heaven, que diría Led Zeppelin— en Bethel de Samaria. Yo puedo atestiguar que no. Viví un tiempo en Bethel de Samaria, en Tierra Santa, y allí las piedras, harto abundantes, son calcáreas y blanquecinas, mientras que la Piedra del Destino es una arenisca rojiza del Devónico característicamente escocesa. Es la piedra de la que están hechas Stirling, Perth y partes de Edimburgo.

El caso es que, en el siglo XIII, Eduardo I de Inglaterra, cuyo mote no dejaba mucho lugar a dudas (Martillo de los escoceses), se llevó la Piedra del Destino a Londres. Y allí ha estado durante siglos alojada bajo el trono de los reyes ingleses. En esos años, sufrió las peripecias de un protagonista de novela de aventuras. A principios del siglo XX, las sufragistas, durante su violenta campaña de bombas por el voto femenino, colocaron una en la Piedra del Destino, que la partió en dos. Luego, Compton Mackenzie escribió una novela en la que unos nacionalistas escoceses la robaban y, un ejemplo más de la vida imitando al arte, esto fue exactamente lo que sucedió en 1950. En una acción a medio camino entre el acto político y la novatada de colegio mayor, un grupo de estudiantes escoceses se hicieron con la piedra y se la llevaron a Escocia. El problema fue que, una vez ejecutado su plan, no sabían muy bien qué hacer con ella. Es el espejismo de los símbolos, que, una vez sacados de su contexto, pierden su sentido. Retirada del suyo, la Piedra del Destino era una piedra sin más. De modo que la dejaron abandonada en las ruinas de una abadía, escombro disimulado entre muchos otros, metáfora no del retorno de la monarquía escocesa, sino manifestación visible de su anacronismo. Allí la encontró la policía británica, que la llevó de nuevo a Londres. Pero el destino de la Piedra del Destino era volver a la vieja Caledonia, de todos modos. Cedida por Inglaterra como parte del proceso autonómico, se guarda ahora en el castillo de Edimburgo.

Cuando la vi un día, hace años, me preguntaba si sería la auténtica. Una leyenda dice que a Eduardo, Martillo de los escoceses, le dieron gato por liebre. Otra, que la auténtica Piedra del Destino la enterró el sanguinario Macbeth en el subsuelo de su castillo. Otra, que la que dejaron abandonada los estudiantes nacionalistas era una réplica. Es lo que pasa con las leyendas, que se desmienten unas a otras. Por eso hay que verlas como lo que son: alternativas mejores a lo que realmente ocurrió. Y quién sabe. No hay que descartar que el nuevo rey de Inglaterra, dormitando durante la coronación en su trono como Jacob, sueñe con los reyes de Irlanda y Escocia, con los crímenes de Macbeth y con una escalera que conduce al Cielo por la que suben y bajan ángeles como los que cantó Machín. Porque, en el sueño, todas las leyendas pueden ser verdad.