Los resultados electorales dejan siempre un reguero de lecturas, además de dilucidar, evidentemente, a ganadores y perdedores. En esta ocasión no era preciso que las urnas nos dijeran que Díaz Ayuso tendría una mayoría absoluta aplastante, ni que Ciudadanos desaparecería. Eso ya lo sabíamos. Lo que queríamos es que nos aclarasen si se avecina o no un nuevo ciclo político; que midieran el desgaste de Pedro Sánchez y que, al tiempo, aclarasen la fuerza de Feijoo y los suyos.
Y eso han hecho. Los populares no solo recuperan feudos tradicionales socialistas, como Valencia, Aragón o Baleares, sino que, además, se convierten en la fuerza política más votada. Los dos objetivos marcados por Núñez Feijoo durante la campaña. Todo ello a solo meses de las generales.
Y, aunque sabemos que los resultados locales no son extrapolables a las generales, sí existen varios aspectos a tener en cuenta de cara a la consulta de finales de año. Los conservadores lograron este domingo su victoria al arrastrar apoyos desde las filas socialistas, que ya detectaban las encuestas, y al absorber la práctica totalidad de los votos que tuvo Ciudadanos en la última consulta local. La subida popular es la que recoge del exitoso proyecto del admirable emprendedor Albert Rivera. Y a ello se unirá el apoyo del facherío donde lo precise para gobernar.
Y, frente a ese apiñamiento de toda la derecha en torno a los populares, los resultados nos dicen que los socialistas están en la más absoluta de las soledades. Porque la caída, estrepitosa en algunos casos, de sus aliados por la izquierda, lo dejan solo frente al vendaval conservador. Los experimentos, infidelidades, refriegas y falsos liderazgos, recibieron el correspondiente castigo.
El electorado español no quiere antoñitas las fantásticas, ni exabruptos, ni deslealtades. Lo ha dicho este domingo. Alto y claro. Y si se repiten los despropósitos, lo volverá a decir en noviembre.