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Las sobremesas constituyen un momento agradable que a todos nos gusta disfrutar, pero presentan ciertos «peligros» que debemos evitar. La situación distendida propicia consumir todo lo que ha quedado a nuestro alcance, aunque en realidad no tengamos hambre, picoteando de manera continuada mientras disfrutamos de la charla de la sobremesa: pasteles, bombones, cafés y licores, que constituyen el «problema» que puede afectar a nuestro sistema digestivo.
Lo habitual es que se encuentre en la mesa una variedad de alimentos ricos en materia grasa que, al ser ingeridos, modifican las sensaciones de saciedad y hambre, pudiendo provocar una indigestión.
También se ha comprobado que cuanto mayor es la variedad de alimentos más se estimula nuestro deseo de comer. ¿No le ha ocurrido ante un bufé de desayuno en un hotel? Lo mismo sucede durante la sobremesa. Ver, oler, percibir lo que tiene delante no facilita renunciar a ello, sino todo lo contario.
Algunos expertos hablan de un «fenómeno de adaptación» refiriéndose a la alteración consistente en comer sin límite y/o de manera compulsiva cuando una persona susceptible se encuentra ante alimentos ricos en grasa y azúcar. Las explicaciones son variadas: unos señalan que se produce la activación del «sistema de recompensa» del cerebro que anima a consumirlos sin control; otros refieren un «fenómeno de resistencia» por el que no se activan las señales de saciedad que provoca una ingesta excesiva.
Una buena sobremesa resulta de lo más agradable y, con la velocidad a la que vivimos habitualmente, poder disfrutarla constituye un verdadero lujo, por lo que no es necesario renunciar a ella, sino simplemente moderar el consumo de los manjares a nuestro alcance y comerlos lentamente para que su sabor perdure y podamos disfrutar sin excesos.