Se ha producido un gran cambio en el escenario mundial. Los BRICS, conjunto de países constituido por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, han acordado ampliar su club a seis nuevas naciones: Argentina, Egipto, Irán, Etiopía, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, a partir de primeros del próximo año. Si antes dichos países representaban el 40 % de la población del planeta, el 23 % del PIB mundial y el 18 % del comercio internacional, ahora, tras la ampliación, acapararán el 32 % del PIB mundial, el 37 % del poder adquisitivo y superará el PIB del G-7. Las repercusiones son más ostensibles si apuntamos que la mitad de los nuevos países adheridos son tres potencias petrolíferas (Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos e Irán) y otra es de los mayores productores de alimentos a nivel global (Argentina).
Lo relevante del planteamiento del BRICS-ampliado es su nuevo nivel de influencia mundial. La conjunción de intereses en torno a un nuevo bloque revela cinco rasgos singulares. Se trata de países lejanos entre sí, con culturas y tradiciones muy diferentes; muestran una gran diversidad de estrategias al pertenecer a áreas geográficas disímiles; se caracterizan por poseer principios y valores democráticos muy suigéneris, nada estandarizados con los predominantes en Occidente; establecen nuevos marcos de colaboración en materia de política, economía, defensa y tecnología; y apuestan por modelos de multilateralismo muy distintos entre ellos. Quiere decir, entonces, que la suma de las amplias diversidades es la garantía de la nueva unión entre ellos; o, por el contrario, dichas diversidades son la respuesta y la alternativa al actual orden global.
Cada país integrante de este nuevo BRICS-ampliado responde a una idea y a una apuesta concreta. Todos quieren cambiar el orden global, todos buscan adaptarse a una nueva configuración internacional y todos se posicionan en base a una nueva concepción de colaboración y de cooperación. Así, podemos afirmar que China ansía convertirse en el contrapoder del G-7; la India busca reforzar alianzas con sus socios estratégicos en materia de defensa (Egipto y Emiratos Árabes Unidos); Brasil ha logrado incluir a su principal socio comercial, que es Argentina. Rusia, por su parte, amplía su área de influencia en el momento que Occidente le da la espalda por la guerra en Ucrania. Para Irán es una victoria de su estrategia y política exterior, y Egipto celebra poder elevar la voz en los países del Sur global. O sea, se han unido para celebrar el win-win, todos ganadores.
Pero lo trascendente son las tareas a llevar a cabo. Insisten algunos, como Brasil, en la creación de una moneda única para favorecer las relaciones comerciales entre los miembros de los BRICS y avanzar en la agenda de la desdolarización, que les permita impulsar las monedas locales y sustituir la moneda americana como único instrumento de cambio. Otros marcan el paso a través del funcionamiento del Nuevo Banco de Desarrollo, con sede en Shanghái, como respuesta al FMI y que les permita financiar sus proyectos. Y unos terceros buscan alcanzar una multipolarización del orden monetario internacional al insistir en el bilateralismo y su enfrentamiento con los defensores del multilateralismo mundial, como es el caso de la India frente a las posiciones de China y Rusia. Lo que rezuma de la reunión, celebrada el otro día en Johannesburgo, es que la nueva unión no nace para competir, sino para aportar diversidad en un mundo cada vez más complejo y polarizado; de ahí su objetivo de que las actuales instituciones mundiales deban cambiar a lo largo del tiempo.
En suma, la geopolítica comienza a desplegarse. No nos olvidemos del viejo análisis de Duverger, en el que unos países hacen de liebres y otros de tortugas.